viernes, 15 de febrero de 2008

CINE POLITICO

Across the Universe: los 1960 desde los 2000 a través de la música de los Beatles
(directora Julie Taymor; guionistas Dick Clement e Ian La Frenais; director de fotografía Bruno Delbonnel; elenco Jim Sturgess, Evan Rachel Wood, Joe Anderson, Dana Fuchs, Martin Luther, T.V. Carpio, Lisa Hogg, Spencer Liff, Angela Mounsay, Robert Clohessy, Timmy Mitchum, Carol Woods, Harry J. Lennix, Joe Cocker, Bono, Salma Hayek)

Todos los filmes de Julie Taymor son una experiencia visual y sonora incomparable, casi imposible de describir. Ver su montaje teatral de "The Lion King" en Londres, Chicago o Broadway es vivir lo imaginado y captarlo a través de los colores de la escenografía y vestuario con una música que se recrea con cada interpretación. En Across the Universe, Taymor nos remonta a la década de 1960 en Liverpool y Nueva York, nos sumerge en una época de cambio y rebelión a través de la música de los Beatles sin aproximaciones nostálgicas, sino todo lo contrario, desde la visión de hoy, de este momento tan parecido al de entonces. Quizá todavía no hay servicio militar obligatorio, pero la guerra pesa sobre las cabezas de los jóvenes (que deben inscribirse a los 18 años y que no recibirán ayudas federales o locales para estudiar a menos que lo hagan) y los maduros (miembros de la Guardia Nacional de 30 en adelante). Mientras los políticos debaten sobre el dinero que deben asignar a una guerra que supuestamente terminó pocos meses después de la invasión de 2003 y que ha cobrado más vidas desde entonces, los jóvenes de cuarto año de escuela superior escuchan– en los predios de su escuela con el aval del Departamento de Educación– a los reclutadores ofrecer trabajo, educación y dinero seguro. La educación universitaria pública y privada sigue encareciéndose; los empleos bien remunerados escasean; el consumo sigue siendo el motivo principal de la vida cotidiana; el interés colectivo parece desaparecer ante los valores favorecidos por la era mediática. Es precisamente a esta audiencia que Julie Taymor se dirige en Across the Universe.

La historia comienza con un joven mirando a la distancia en una playa no tropical. Inmediatamente lo escuchamos entonar “Girl” y comenzamos a adentrarnos en el mundo musical de John Lennon, Paul McCartney y George Harrison. El lugar es Liverpool y el joven se llama Jude, un obrero del astillero que decide irse a “América” en busca de un pasado desconocido: un padre que nunca conoció excepto por las viejas fotos que su madre guarda en un viejo gavetero. Atrás deja a una novia que promete no esperarlo, a vecinos y compañeros de trabajo que le desean suerte pero que auguran que pronto volverá. Y entre canción y canción llega a esa América para descubrir un padre que ni sabía de su existencia ni parece importarle.

Por accidente se encuentra con el mimado y privilegiado Max, estudiante de Princeton por tradición pero que lo menos que le interesa es estar en este lugar tan aislado del mundo real que para él se encuentra en Nueva York. Mientras dos personas al parecer tan diferentes como un riquito de los suburbios y un trabajador de Liverpool se aventuran a buscar “otro camino” en Nueva York, atrás queda Lucy y “It Won’t Be Long” en espera del novio que fue reclutado, entrenado y enviado a Vietnam. Jude, por su parte, queda deslumbrado por Lucy y “I’ve Just Seen a Face”.

Taymor recrea el ambiente hippie neoyorquino con su mezcla de razas, etnias y conceptos artísticos y musicales, todo dentro de un contexto político mezclado con expresiones y experiencias sexuales y sensuales de todo tipo, compromisos personales y colectivos que a veces entraban en conflicto, amistades que resistían las diferencias de clase, género, y preferencias sexuales. Para dramatizar estos encuentros un apartamento se vuelve una pequeña comuna donde coinciden Jude, Max, Sadie (estilizada a la Janis Joplin y Tina Turner), JoJo (una mezcla de Jimi Hendrix y Ike Turner) y Prudence, quien en busca de su pareja sufre humillación, golpizas, maltrato pero que entre este grupo encuentra amigos que no le exigen que sea quien no es.

Tal y como las canciones de los Beatles fueron percibidas y entendidas de maneras distintas por una variedad de sectores, las historias en este filme se entrecruzan y cada una mueve “el universo” un paso más adelante. Lucy dejará atrás su cómoda vida para volverse una militante contra la guerra en Nueva York. Prudence irá en busca de ese lugar ideal– la comuna hippie– para encontrar el amor paciente que buscaba. Max bajará a los infiernos de la guerra para luego pasar un periodo de limpieza que le devuelva su humanidad. Jude no podrá distinguir entre el amor selectivo y el compromiso colectivo y pondrá en peligro toda la experiencia adquirida en tan corto tiempo.

Si la popularidad inicial de los Beatles se debía a su letra sencilla dirigida a un amor que recién se descubría, o un amor tan tímido que podía pasar desapercibido, o la petición de unos gestos de amor como tomarse de las manos o darse un apretón, o solucionar los conflictos con mucho amor, en Across the Universe esas canciones adquieren otro significado. Sigue siendo una historia de amor de dos jóvenes que tratan de entender su amor dentro de unas circunstancias difíciles pero con posibles soluciones, pero todo adquiere matices que empañan cualquier explicación fácil; lo sencillo se vuelve complicado y difícil de entender y explicar. Taymor presenta ese contexto obligado con incidentes paralelos. Escoge dos canciones maravillosas y las eleva a unos significados inimaginables. Un niño aparece escudándose de las balas y los golpes en una calle en el sur de los Estados Unidos mientras canta “Let It Be”. Con ese trasfondo musical la cámara se mueve a los suburbios blancos del norte para seguir el carro oficial de dos soldados que tocan a la puerta de una de las casas para dar la noticia que su hijo ha muerto en Vietnam. Ahora en la voz de Carol Woods y un impresionante coro de “gospel singers”, “Let It Be” adquiere otro significado al alternar entre los funerales del niño negro y el soldado blanco. El segundo ejemplo se da en Nueva York una vez que Max es enviado a Vietnam y su hermana y amigos no saben de él. Taymor escoge “Strawberry Fields Forever” para establecer el paralelo entre Jude pintando en su lienzo después de un altercado con Lucy y el horror de Max en la selva de Vietnam. Jude pone las fresas (no su dibujo) en el lienzo y estas dejan un rastro de sangre que se convierte en una pared. Luego lanza las frutas a ese mismo lienzo mientras vemos el bombardeo en Vietnam con pietaje del momento y con Max en el medio de un campo de batalla donde lo único que puede hacer es sobrevivir. Los strawberry fields cercanos se convierten en los sangrientos campos de batalla lejanos.

A través de todo el filme Taymor desarrolla coreografías teatrales para las canciones y la situación dramatizada que nuevamente deslumbran a la audiencia por sus movimientos poco usuales (una práctica de football donde Prudence canta “Let Me Hold Your Hand” y camina en el campo de juego mientras los jugadores hacen “tacklings” aéreos detrás, al frente y a los lados), montajes sostenidos en una escena con múltiples escenografías y espacios reales, imaginados y futuristas (el examen físico de Max para ser cualificado como soldado listo para el campo de batalla a través de cajitas que se abren para mirar los ojos, dientes, etc. de cada joven; el uso de la estatua de la libertad como un tanque para atacar en Vietnam), el uso de lugares comunes como la bolera, y el espacio de un hospital de heridos de Vietnam (el sacerdote vestido como cardenal administrando los santos óleos y luego la enfermera multiplicada en la misma imagen a punto de inyectarle al paciente su morfina/heroína para poder sobrellevar el pasado inmediato de la guerra que lo persigue). Todo esto es sencillamente deslumbrante que siempre se contextualiza por los eventos del momento: la guerra vista por la televisión, las protestas contra la guerra, la radicalización del Students for a Democratic Society (SDS), la violencia racial del Estado, la brutalidad policíaca contra el movimiento de los derechos civiles, el liderazgo, la esperanza y el asesinato de Martin Luther King.

A través de su carrera artística– que data de cuando era niña y ya diseñaba el vestuario y coreografía de obras infantiles– Taymor se ha destacado por su genialidad en el diseño de máscaras. Al igual que lo hizo en el filme Titus, donde el texto predomina, en Across the Universe utiliza las máscaras como textos paralelos a la música y letra de las canciones de los Beatles. Este despliegue va unido a los colores ensombrecidos de los uniformes y caras enmascaradas de los sargentos en la estación de reclutamiento del ejército donde Max tiene que alistarse; a los colores psicodélicos de la guagua en que viajan hacia la comuna y a los personajes circenses del lugar; a los sueños de Max con mujeres con las mismas máscaras orientales y cuerpos desnudos en unos cuerpos de agua que parecen placenteros pero que se convierten en lugares donde flotan los cadáveres.

Y como una de las directoras y diseñadoras teatrales más creativas hoy en día, Taymor monta “All You Have to Do Is Love” como el gran finale: en la azotea de un edificio, con el público en la calle, la policía confronta al grupo musical por no tener los permisos requeridos para tener un concierto en ese lugar; la banda poco a poco abandona el lugar; Jude toma el micrófono para recomenzar la canción sólo con su voz; los miembros de la banda– Sadie, JoJo y los demás– regresan a sus lugares y terminan la canción que es una confesión de amor de Jude a Lucy que está en la azotea del frente.

Por supuesto, las canciones son tan hermosas como siempre y su interpretación por los propios actores (que en muchas instancias son primordialmente cantantes y músicos)– Jim Sturgess, Evan Rachel Wood, Dana Fuchs, Martin Luther, Joe Anderson, T.V. Carpio, Timmy Mitchum, Carol Woods– le dan una inmensidad que solamente estando en la audiencia podemos experimentar.

Amazing Grace: 1807 y el comienzo del final
(director Michael Apted; guionista Steven Knight; director de fotografía Remi Adefarasin; elenco Ioan Gruffudd, Rufus Sewell, Benedict Cumberbatch, Albert Finney, Romota Garai, Youssou N’Dour, Michael Gambon, Ciarán Hinds, Toby Jones, Jeremy swift, Georgia Glen, Nicholas Farrell, Sylvestra Le Touzel)

Amazing Grace nos ubica en los últimos 25 años del siglo 18 hasta llegar al 23 de febrero de 1807 cuando el Parlamento Británico aprobó la Ley de Abolición que declaraba ilegal y abolía el tráfico de esclavos. Los nombres de los que dedicaron tantos años a lograr esto incluyen a William Wilberforce, Thomas Clarkson, John Newton, Olaudah Equiano, William Pitt entre muchos otros. Son momentos muy críticos en la historia europea: la pérdida del imperio británico de las trece colonias americanas, el sentimiento abolicionista desde la perspectiva moral-religiosa, la Revolución Francesa, la revolución industrial que impulsa una nueva economía y una clase social donde las mujeres tienen acceso– aunque muy limitadamente– a la educación y a ciertos espacios públicos. El filme presenta este clima tan fecundo y cambiante a través de los esfuerzos de Wilberforce, como representante del Parlamento, de convencer de múltiples maneras a una mayoría recalcitrante de la necesidad de abolir esta práctica inhumana. Los momentos más memorables del filme son precisamente las intervenciones de Wilberforce en el Parlamento durante los casi veinte años que tomó la aprobación de esta ley.

Wilberforce es sin duda el nombre que más se asocia con la ley de 1807. Es él el que presenta su propuesta una y otra vez; el que, como “hombre de Dios”, no cesa de hablar y dar discursos a cualquiera que esté a su alrededor; el que acepta como parte de su equipo a un esclavo liberto, un abolicionista revolucionario y alianzas con otros grupos y partidos; el que está convencido que Dios le ha encomendado esta labor y no cesará hasta lograrlo. El discurso político tiene su base en la fe religiosa ya que Wilberforce era un evangelista anglicano, un crusader a quien ni la derrota momentánea, los obstáculos legalistas, las enfermedades y la debilidad de su cuerpo lo podían detener. Clarkson, por el otro lado, era un pensador radical que desde joven reconoció la inhumanidad del tráfico de esclavos y de la esclavitud como sistema socioeconómico. Pero Clarkson no limitaba sus ideas a publicar tesis y panfletos contra la esclavitud, también viajaba por todo Inglaterra– especialmente a las mayores ciudades portuarias del tráfico como Bristol y Liverpool– para evidenciar su tesis y convencer a todos los que podía de apoyar la abolición del tráfico. En 1789 viaja a Francia para persuadir a los nuevos gobernantes para que la abolición de la esclavitud fuera parte de las ideas revolucionarias de liberté, fraternité, egalité. Al igual que Wilberforce, ni el deterioro de su fuerza física lo pudo detener de seguir con su campaña para poner fin al tráfico de esclavos.

John Newton, al igual que Wilberforce, entiende que Dios lo ha escogido para llevar un mensaje a la humanidad. En su caso la experiencia del tráfico de esclavos es una vivencia ya que desde muy joven fue marinero y luego capitán de estos barcos que llevaban cientos de esclavos desde Africa hasta las Américas. Su arrepentimiento lo llevará a escribir un diario con todos los detalles de esa travesía y los 20,000 fantasmas que lleva en su conciencia de todos esos que fueron lanzados al mar al morir o rebelarse en el camino, y los que fueron despojados de su humanidad al llegar a las colonias británicas y a las islas caribeñas. Este es el autor de “Amazing Grace”, ese himno que celebra la visión de Dios en momentos cuando creía haberlo perdido todo. William Pitt, amigo y confidente de Wilberforce, es el estratega político que se convertirá en el más joven Primer Ministro de Inglaterra (24 años) y que podrá medir las aguas para saber el mejor momento para introducir la propuesta de ley.

Los opositores de esta ley en el Parlamento defienden los intereses de los terratenientes y comerciantes cuya riqueza depende del sistema esclavista. Aunque los argumentos morales pueden persuadir a algunos, los intereses económicos van por encima de convicciones individuales. Wilberforce y su grupo tratarán de convencerlos apelando a su sentido de hombres civilizados, de fuerza moral, cristiana y misionera; traerán peticiones de diferentes grupos sociales de toda Inglaterra; presentarán razones económicas para rebatir las pérdidas de los dueños de las tierras americanas y caribeñas y de los comerciantes ingleses; utilizarán las rivalidades y odios hacia los franceses para finalmente pasar la ley que prohíbe el tráfico de esclavos.

Amazing Grace reconstruye este importante momento en la historia de una manera que nos permite participar en los debates y ver “el problema” desde la perspectiva de aquellos que instituyeron un sistema económico en sus colonias para aumentar sus ganancias y seguir viviendo como fieles súbditos de la Corona, creyentes en el Parlamento y buenos cristianos. El “problema” de la esclavitud quedaba lejos porque no se practicaba en la sede del Imperio. Wilberforce, Clarkson, Newton y Equiano trajeron “el problema” a casa y los forzaron a verse en el espejo. En 1833 el Parlamento Británico aprobó la ley de la abolición de la esclavitud que tardaría casi treinta años y una sangrienta guerra civil para aprobarse en los Estados Unidos, y casi dos décadas adicionales en las colonias americanas de España.

Borat
El estilo de Borat–al que nos acostumbramos rápidamente por su uso constante en los “reality shows”– donde el narrador está siempre hablándole a una cámara que lo sigue hasta al baño, da un sentido de realidad momentánea, algo que no queda y que rápidamente se disuelve u olvida con la próxima escena. Pero todo está encadenado y justificado desde la primera escena-estampa donde Borat, el periodista, presenta a su familia, sus vecinos y su comunidad rural en un apartado lugar de cualquier ciudad. La tecnología contrasta con un ambiente que parece sacado del medioevo. Ni hablar de las relaciones que explica Borat tan cándidamente que no sabemos si reírnos porque tiene que ser un chiste o suspender la sonrisa porque puede ser verdad. Esta primera presentación será la justificación de su viaje a los Estados Unidos, enviado y apoyado económicamente por el gobierno de Kazakhstan, el país al que parece amar inmensamente hasta el punto que nunca desea quedarse en “the U.S. of A.”

Ya en los E.U. Borat logra captar la realidad de este país al ser bienvenido en múltiples lugares y por una diversidad de personas que pueden reírse de su candidez, pero están dispuestos a tolerarlo y creer que su propósito al filmar y hacer preguntas muy raras y muchas veces ofensivas es, como nos dice el subtítulo del filme, porque desea aprender de esta cultura para el beneficio de su gloriosa nación. Para mencionar tan sólo algunos de sus encuentros de los que no podemos recuperarnos por su crítica cortante pero desde el lado de la parodia (y no del pastiche) están su breve estadía en un Bed & Breakfast con anfitriones judíos, su entrevista con un “coach” de comediantes, otra entrevista en uno de esos programas mañaneros de trivialidades extremas, la reacción de la gente en las calles cuando Borat los saluda con besos en las mejillas y si es posible en la boca, su participación en una parada gay, su descubrimiento de Pamela Anderson y “Baywatch”, su estadía en un hotel donde forcejea y pelea con su amigo y corren por los pasillos desnudos, entre muchos otros. No hay un momento en el filme donde lo familiar no sea interceptado por la visión “sacrílega” de Borat.

¿Y quién se salva? Pues los negros y las prostitutas porque son los marginados y rechazados que rehusan tratar a Borat como un “freak” aunque piensen que lo es. De ellos aprende a hablar “nigger talk” y de Luenell la sencillez, el compartir lo poco que tiene y el dejar siempre la puerta abierta a una nueva experiencia.

Sacha Baron Cohen, al igual que el Sunshine Logroño de los 80 (con muy poca relación al imperio del Club Sunshine y El Condominio de ahora), crea personajes que están tan bien delineados que se vuelven verdaderos en el imaginario de la población. Este filme responde de una manera apropiada y ofensiva a esa cotidianidad que parece imponerse en la era global, donde Borat puede estar seguro que puede interrumpir cualquier grupo en los E.U. porque la gran mayoría de este país no sabe que es un personaje ficticio, y no tiene la menor idea de qué es y dónde está ubicado Kazakhstan porque su geografía se circunscribe a su localidad.

Breaking and Entering
(director y guionista Anthony Minghella; director de fotografía Benôit Delhomme; elenco Jude Law, Robin Wright Penn, Juliette Binoche, Vera Farmiga, Poppy Rogers, Martin Freeman, Rafi Gavron, Ed Westwick, Ray Winstone, Carolina Chikezie, Branka Katic)

Esta historia se sitúa en un Londres del presente donde por una parte la ciudad histórica y monumental se posmoderniza con los alarmantes diseños arquitectónicos y el empeño en controlar cada aspecto viviente especialmente la naturaleza y, por otro lado, crecen los suburbios urbanos donde los despoblados por las guerras y las economías globalizantes habitan estructuras donde se multiplica lo peor del país de origen y de la sociedad “civilizada”.Se intenta establecer puntos de contacto en una ciudad que cambia apresuradamente pero las etnias y las nacionalidades se mueven hacia los márgenes para establecer sus propios mundos. Sus contactos son entonces con la policía, los maestros y los trabajadores sociales. Mientras tanto el centro sigue intacto aunque muden sus oficinas a los sitios calientes pero de mucho valor económico en esta inmensa ciudad.

Will y su socio Sandy deciden abrir sus nuevas oficinas donde desarrollarán sus proyectos de transformar partes de la ciudad hasta ahora rezagados y “peligrosos”. Casi de inmediato le robarán su equipo de computadoras. De aquí viene el “breaking and entering” que es el cargo acusatorio. Como no forzaron la entrada, enseguida sospecharán de la empleada de limpieza que es una inmigrante negra. Cuando los socios deciden volverse guardias y pasar la noche velando el lugar para evitar un tercer robo (poco después de reponer el equipo, todo asegurado, por supuesto, ocurre un segundo robo) cosas muy graciosas le suceden que es una manera de distraerse pues los problemas doméstico de Will son muy serios.

La segunda historia que me parece muy especial e íntima es la tensión existente y que va en incremento entre Will y Liv, su compañera de muchos años que tiene una hija de diez años que es autista. La presión que tiene esta pareja al amar a esta niña y no poderla entender, tratar de encontrar una manera de comunicarse con ella, encarar los problemas específicos de ella apenas comer o dormir, de remover las baterías de todo artefacto por creer que hacen daño, de practicar continuamente sus ejercicios de gimnasia no importa la hora. La tercera historia gira alrededor de Amira, una refugiada de Bosnia, que vive con Miro, su hijo, en uno de estos sectores tipo residenciales puertorriqueños y se distingue por el impresionante dominio de escena de Juliette Binoche. Miro parece ser un obediente adolescente pero en verdad es parte del equipo de robos de los familiares de su padre. Son ellos los que le indican lo que es un verdadero hombre y no un pasivo musulmán a la sombra de su madre.

Una de las escenas más impresionantes del filme dentro de nuestro contexto actual– y después de la matanza en Virginia Tech– es cuando Miro y su primo son perseguidos por la policía, acorralados, ordenados a soltar todo y Miro no lo hace. En el contexto de EU esto hubiera significado una balacera; en el Reino Unido donde la policía no tiene armas y el control de armas es extremadamente estricto, significa un arresto. Son esas piezas las que Minghella maneja tan bien y que deja impresiones que no se borran.

Burn After Reading
(directores y guionistas Ethan Coen y Joel Coen; director de fotografía Emmanuel Lubezki; elenco George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich, Tilda Swinton, Brad Pitt, Richard Jenkins, Elizabeth Marvel)

Después de No Country for Old Men creí que le tomaría a los hermanos Coen par de años para repensar sus proyectos después de un filme tan catastrófico en el sentido de su realidad violenta. El filme establece un continuum con Fargo (1996) que parecía difícil de superar hasta que llegó No Country. Y ahora nos llega Burn After Reading que parece colapsar los proyectos anteriores al mezclarlo con un encuadre de intriga y espionaje. Es asombroso cómo pueden poner en un mismo envase un plan de cirugía cosmética que incluye cara y partes del cuerpo, un disk con información federal clasificada y reuniones “secretas” con miembros de la embajada rusa. Este exterior tiene unas situaciones de índole personal que incluyen la amistad, amor silenciado pero incondicional, affairs con potencial de causar divorcios, citas precalibradas por la computadora (match.com, harmony.com, etc) que suelen resultar en desastre o en malentendidos.

Lo maravilloso del filme es el juego que se establece entre los personajes y el público. Nos adentramos a sus vidas cerradas sin tener conocimiento de su pasado ni entender bien la dinámica de sus relaciones. Parece que entendemos más que los mismos personajes porque tenemos acceso a otras historias que ellos desconocen como, por ejemplo, quién se está acostando con quién y qué cuento le cuenta a su pareja por sus tardanzas o viajes inesperados. Pero entonces los directores nos mueven todos los muñequitos y nos quedamos tan desorientados e ignorantes como los mismos personajes. En una escena maravillosa, Osbourne Cox reta a sus jefes en la sede de la C.I.A. cuando estos intentan acusarlo de ser irresponsable, estar alcoholizado y no poder rendir ningún servicio a la agencia. Su renuncia forzada trastorna el estilo de vida de su esposa y el suyo propio. De pronto Osbourne está todo el tiempo en la casa– al parecer haciendo nada excepto beber– y comienza a monitorear las entradas y salidas de su esposa Katie que de paso mantiene un affair con Harry Pfarrer. La pareja Cox comparte socialmente con la pareja Pfarrer y la secretividad de sus actividades amorosas se ponen en peligro. Mientras Harry tiene una compulsión por salir con desconocidas utilizando los programas de emparejamiento, su esposa se pasa viajando con su amante. Por otro lado, en un gimnasio muy exclusivo, Linda Litzke no sabe cómo va a pagar por su nuevo “look” con el sueldo que recibe como entrenadora. Su mejor amigo, Chad Feldheimer, tratará de ayudarla no importa los riesgos que esto implique. Ted Treffon, su jefe y enamorado silente de Linda, también se pondrá a su disposición aunque no puede proveerle el dinero que necesita para sus cirugías y transformaciones. Los nombres de los personajes es otro de los juegos de los Coen.

Aunque no lo parezca, apenas he contado pedacitos de la historia porque el juego será el intercalar estos dos escenarios. Habrá muertes inesperadas en lugares inesperados y, en un momento dado, perderemos la cuenta de los muertos. Todas las actuaciones son maravillosas porque están fuera de carácter: Malkovich nunca encontrará un balance que le permita reajustarse a su nueva vida; Pitt es el chico algo tonto pero muy perspicaz y atrevido sin darse cuenta de los peligros a su alrededor; Clooney paranoico, inseguro y listo para cuido psiquiátrico; Swinton muy mandona como mecanismo de autodefensa; McDormand con un único objetivo en la vida.


Elegy
(directora Isabel Coixet; guionista Nicholas Meyer; obra original Philip Roth; director de fotografía Jean-Claude Larrieu; elenco Ben Kingsley, Penélope Cruz, Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Scarsgaard, Deborah Harry)

Tal y como ha hecho en sus filmes anteriores, esta directora catalana que hace películas en inglés con un sabor y sentir español (My Life Without Me y The Secret Life of Words tiene como protagonista y narrador a David Kepesh, un conocido animador de un programa cultural y profesor de literatura que vive sin ataduras emocionales excepto George, con quien comparte sus inquietudes y debilidades y Carolyn, con quien tiene una relación sexual sin compromiso de ningún tipo. Mientras David le cuenta a su amigo de sus logros profesionales y su vida bastante rutinaria y poco arriesgada, éste por su parte le encanta contarle de sus aventuras con las jóvenes que todavía encuentran sus poemas de antaño fascinantes. David imparte sus conferencias con el profesionalismo de haberlo hecho por decenas de años y, como todo buen maestro, siempre está pendiente de algún estudiante que sobresalga, que demuestre un conocimiento superior, que, en parte, lo desafíe. Esta vez esa estudiante también es enormemente atractiva y responde a su acercamiento personal. Una vez acabado el curso Consuelo acepta sus invitaciones a tomar café, reunirse para hablar de todo tipo de temas, ir a su apartamento, cenar, tomar buen vino y hacer el amor. Y así comienza una relación entre David y Consuelo con la inseguridad de que todo acabará pronto porque sus estilos y edades son tan diferentes.

Pero el romance no termina en par de semanas ni meses. Ni siquiera después que David, el que no era capaz de involucrarse emocionalmente, le da un ataque de celos y se aparece inesperadamente donde Consuelo se reunía con su hermano y otros amigos de su edad. David le cuenta a su amigo las emociones que no puede controlar pues sin duda está enamorado de esta joven y ella parece corresponderle. ¿Qué hacer? Según el experimentado George disfrutarlo mientras dure como él siempre hace. Pero para el narrador la situación se convierte en una tortura que consciente o no él decide finalizar aunque esto signifique herir a la mujer que lo ama apasionadamente. Vendrá la separación y un reencuentro que nunca podrá recuperar lo que una vez hubo entre ellos. Es una elegía por la ocasión perdida, el amor perdido, el amigo perdido y el espacio vacío que nadie ni nada puede ahora llenar.

Es un hermoso filme, con actuaciones extraordinarias de parte de Ben Kingsley, Dennis Hopper y Penélope Cruz. Coixet nuevamente nos presenta las historias muy íntimas de personas que encuentran momentos especiales donde logran vivir intensamente por unos momentos.


Lions for Lambs
(director Robert Redford; guionista Mathew Michael Carnahan; director de fotografía Philippe Rousselot; elenco Robert Redford, Meryl Streep, Tom Cruise, Michael Peña, Derek Luke, Andrew Garfield, Peter Berg)

Robert Redford, en este punto de su vida– después de haber tenido una carrera exitosa como actor, director, productor y creador de un festival de cine independiente– tiene la plena libertad (y, por supuesto, el dinero) de ir a los medios y oponerse abiertamente a la política irracional del gobierno en el poder y de hacer el filme que quiera. Y eso es precisamente lo que Redford ha hecho: un filme que pone la política de la guerra sobre la mesa de discusión. Para atraer a un público amplio tiene la colaboración de Streep y Cruise aparte de los jóvenes talentosos Peña y Luke. La guerra entonces se convierte en una experiencia percibida desde varios puntos de vista: el político que busca maneras– las que sean– de “ganar” la guerra dentro de una política conservadora; la veterana periodista que quiere seguir indagando en los grandes planes de los políticos de supuestamente encontrar una solución a la guerra; el profesor que busca formas de acercarse a sus estudiantes jóvenes para que piensen y se involucren en los problemas actuales de su sociedad; el joven inteligente y privilegiado que ve la educación universitaria como una transición y continuidad de su vida cómoda, privada y extremadamente individualista; los jóvenes cuyas opciones son menos cada día por ser negros, hispanos, de comunidades pobres donde la educación y los servicios de salud parecen ser privilegios con que ellos no cuentan. Y a través de todos los pensamientos, preocupaciones y decisiones de estos personajes, la guerra es la presencia virtual, imaginada y presencial.

Cada personaje se acerca a la guerra desde esa perspectiva muy particular; cada forma de pensar tiene su espacio; cada uno asume la responsabilidad de sus decisiones. Lo importante es nunca caer en el cinismo porque eso significa inacción; lo importante es nunca aceptar las mentiras de los políticos cuyo único fin en la vida parece ser mantenerse en el poder no importa el costo de las vidas en su camino; lo importante es dialogar, indagar, no quedarse callado, manifestarse públicamente, ejercer el poder que cada persona pensante tiene en esta supuesta democracia llamada Estados Unidos de América. Eso es lo que Redford hace en este excelente filme.

El Lobo
(director Miguel Courtois; guionista Antonio Onetti; director de fotografía Néstor Calvo; elenco Eduardo Noriega, José Coronado, Mélanie Doutey, Silvia Abascal, Santiago Ramos, Patrick Bauel, Juan Fernández, José Luis García Pérez)

Este filme no busca entrar en la corriente aceptable del cine en español de la comedia o la sátira, o de contenido morboso y explícitamente sexual. El lobo es un filme de tema político con trazos de melodrama, espionaje y suspenso. El problema de un filme que anuncia que se “basa en hechos reales” es que exigimos que la realidad presentada encaje con lo conocido. En este caso, la historia de un joven vasco que se infiltra en la ETA (Euskadi ta askatasuna/Euskadi y libertad) para que la policía logre desmantelar la organización tiene demasiadas lagunas que no nos permite aceptar que su alcance haya sido tan vertiginoso sin levantar sospecha de una organización clandestina tan poderosa. También es difícil aceptar que un simpatizante de la ETA sea persuadido tan fácilmente por un organismo estatal conocido por su brutal represión. Y que conste, todo esto sucede en tan sólo un año: 1974-75.

Nada de lo dicho le resta a este filme la intensidad y realidad histórica para presentar la represión estatal de un sistema fascista implantado por casi 40 años. Si por un lado los grupos paramilitares de la ETA justifican sus actos de violencia como imprescindibles para eventualmente derrocar al gobierno central, el sentimiento de que el País Vasco es en verdad un país separado prevalece en la población. La ilegalidad del movimiento y la represión que desata puede crear un malestar, miedo, timidez y hasta rechazo, pero al igual que con el Irish Republican Army (IRA) de Irlanda, el comportamiento estatal contra la mayoría del pueblo refuerza sus convicciones. Por eso el incluir en la historia de El Lobo posiciones políticas muy elaboradas y mezclarlas con acciones casi espontáneas de algunos de sus miembros no enmarca muy bien su supuesto enfoque: los riesgos que toma un joven de infiltrarse en la ETA– primero por coacción policiaca y luego por convicción– y los planes y reveses de los oficiales del estado. Es interesante que los personajes mejor delineados son estos últimos, mientras los miembros del grupo interno de la ETA parecen recitar panfletos. Nuevamente, como historia de intriga El Lobo logra captar la atención pero el enlace histórico queda bastante suelto. Para un excelente filme sobre la ETA deben ver Yoyes de Elena Taberna.


Michael Clayton
(director y guionista Tony Gilroy; director de fotografía Robert Elswit; elenco George Clooney, Tom Wilkinson, Tilda Swinton, Sydney Pollack, Michael O’Keefe, Austin Williams, David Zayas, Kevin Hogan, Julia Gibson, David Lansbury)

Este filme de suspenso ataca– como lo hizo Silkwood (1984) y The China Syndrome (1979)– la avaricia de las grandes empresas/consorcios/transnacionales que con el apoyo de los gobiernos de turno (el ejemplo más inmoral es Halliburton en Irak) controlan un mercado utilizando no la competencia sino el soborno, las amenazas, la ilegalidad, las conexiones políticas y cualquier método que les brinde los resultados que buscan. En este caso es U/North una empresa que se vende como el futuro al promover la producción agrícola que alimentará a todos y salvará a millones de personas que pudieran morir de hambre. El gran problema es que lo que se siembra o construye para reemplazar la cosecha es tóxico y afecta el ambiente, las poblaciones y acaba con los pequeñas fincas del propio medio oeste estadounidense.

Michael Clayton es un ex fiscal que ahora funge como “fixer” de una prestigiosa y poderosa firma de abogados. Aparte de sus problemas familiares– divorciado con un hijo pequeño, con deudas enormes por un negocio fracasado, fricciones y antagonismo abierto entre los miembros de su propia familia– Clayton tiene que resolver cualquier atolladero en que se metan los clientes y los mismos abogados de la firma. Esto va desde llamar a sus contactos para que a un cliente no se le acuse de “hit and run”, aunque eso precisamente es lo que pasó, hasta persuadir a su mentor y amigo en la firma de abandonar su intención de llevar un caso en contra del cliente más poderos de la firma: U/North. Es una historia contada en tres tiempos– Arthur y su aparente desquicio, Karen y su inseguridad de llegar a ser ejecutiva principal, Clayton y su debate entre lealtades y la necesidad de tener el dinero necesario para darle una seguridad económica a su hijo, saldar sus deudas y mantenerse a flote.

Clooney interpreta al personaje de Clayton como un hombre con una tristeza interna que no le permite expresar sus sentimientos y que aunque no quiere ser un “fixer” que le lava o esconde los paños sucios a la firma, no ve otras alternativas a su vida presente. Todo esto estará en juego según los sucesos se cerquen a su alrededor y tenga que tomar decisiones que afectarán a él, a su hijo y a esa familia con quien siempre parece estar peleado.

A Mighty Heart
(director Michael Winterbottom; guionista John Orloff; obra original Mariane Pearl; director de fotografía Marcel Zyskind; elenco Angelina Jolie, Dan Futterman, Archie Panjabi, Irrfan Khan, Will Patton, Denis O’Hare, Adnan Siddiqui, Gary Wilmes, Nassim BenBrik)

Para los que desde el principio han denunciado la invasión estadounidense de Irak y previsto en lo que esta intervención podía resultar– la matanza de civiles, el bombardeo indiscriminado, el desconocimiento de la región en sus divisiones y facciones religiosas y étnicas, su geografía y cultura, las muertes y mutilaciones de jóvenes soldados estadounidenses y puertorriqueños, los secuestros y ejecuciones– pesa sobre ellos el sentido de impotencia y frustración por la inacción de los políticos de las mayorías partidistas. A Mighty Heart es un intento muy valiente y poderoso de dar a conocer lo que es estar en medio de un torbellino religioso y político desde la perspectiva de un periodista que no se conforma con las versiones oficiales de una guerra que va más allá del país invadido para incluir a Afganistán y Pakistán.

Como nos señala Manohla Dargis, la crítica de cine del New York Times, este filme logra adentrarnos en la realidad de una guerra que ha sido monitoreada por el gobierno y el ejército de E.U. y lo hace irónicamente a través de una super estrella que nos obliga a ver los hechos, a sentir el miedo y la rabia, a no olvidarnos quiénes comenzaron esta guerra no en el 2001 sino mucho antes en su avaricia por controlar la economía mundial. Stuart Klawans de The Nation coincide con Dargis en que Angelina Jolie es la ficha que atrae y obliga a una gran audiencia a ver detrás de la vitrina de los noticiarios que rápidamente cubren la guerra en toda la región y que esconden los cuerpos explotados y mutilados de miles de civiles y jóvenes soldados. Mientras tanto en esa nación islámica movediza de gran diversidad de perspectivas, la intervención occidental es la excusa perfecta para que jihads como Ahmed Omar Sheik provoquen un “documental” casero de la ejecución del periodista del Wall Street Journal, Daniel Pearl.

Este filme enfoca en un momento muy específico: el día de la desaparición de Pearl cuando iba a entrevistar a uno de los líderes clericales de la región. Este periodista conocía la región por haber cubierto por muchos años a Irán y en el 2001 a Afganistán. En lo que se consideraba su corta estadía en la ciudad-puerto de Karachi en Pakistán establece el vínculo necesario para entrevista a este importante clérigo. Aunque se incluyen varias escenas en retrospectiva, la historia se mueve adelante minuto a minuto desde la desaparición, la realidad del secuestro, la búsqueda de Pearl por un oficial de seguridad de la embajada estadounidense, la unidad de contra terrorismo pakistani y los amigos periodistas de Daniel y Mariane que llegan al lugar desde varios puntos del mapa. Las pistas falsas o borradas, los videos anónimos, las células que desconocen el plan central, el allanamiento, arresto e “interrogatorio” que los acerque a un Daniel vivo hacen de este filme una investigación periodística y una historia de intrigas excepcional.

Todos los actores comparten los espacios: Jolie como Mariane es tan reservada e indagadora como es Irrfan Khan como el Capitán de la policía en su conocimiento del lugar y de las múltiples complejidades de sus ciudadanos. Will Patton como el oficial adscrito a la embajada es perceptivo y casi desvinculado de la oficialidad que se supone que represente. John Bussey como el foreign editor de Wall Street Journal trata de dar el apoyo emocional y profesional que necesita Mariane en estos momentos a pesar de entender plenamente la terrible inmediatez de lo que posiblemente pase. Archie Panjabi como Asra, la amiga periodista india, cuya casa es compartida con los Pearl, ofrece su amistad y apoyo incondicional pero también ofrece otra complicación política, en este lugar se le considera enemiga por ser india.

En sus entrevistas en la televisión y en el libro que escribe sobre esta horrible experiencia, Mariane no se deja usar como ficha de propaganda por la prensa occidental. Mantiene el sentimiento de horror y coraje de un acto tan deshumanizante pero señala las condiciones que producen este comportamiento.


The Lives of Others/Das Leben der Anderen
(director y guionista Florian Henekel von Donnesmarck; director de fotografía Hagen Bogdanski; elenco Ulrich Mühe, Sebastián Koch, Martina Gedeck, Ulrich Tukur, Thomas Thieme, Hans Uwe Bauer, Volkmar Kleinert)

En un principio esta historia parece otro ataque frontal sin matices al gobierno socialista de Alemania Oriental de 1984. El mayor crimen parece ser contemplar en algún momento escapar al otro lado, a Berlín Occidental, y desde allá difamar a los constructores de la muralla. Todo es claustrofóbico desde el cuarto de interrogación de la Stasi (la policía secreta), el salón de clases donde se entrena a los futuros agentes, el lugar de donde se escuchan las conversaciones de los sospechosos, los lugares de reuniones de los investigadores y sus jefes, el apartamento de los vigilados hasta el sótano donde los empleados venidos a menos leen la correspondencia de presuntos sospechosos. Pero muy pronto nos damos cuenta de que este encerramiento, esta estrechez de visión es la perspectiva del personaje principal, Weisler, que para valorar su trabajo tiene que negar otra vida posible.

Sin quitar la mirilla sobre Weisler, también se entrecruzan las historias de otros personajes como el escritor dramaturgo, Georg Dreyman, la popular actora de teatro, Christa-Maria Sieland, el “amigo” y antiguo compañero de clase de Weisler y ahora jefe de una seccional de la Stasi, Grubitz, el Ministro de Cultura cuyo único interés político es destruir la reputación del compañero de la mujer que desea, y los escritores disidentes que a pesar de las sanciones han escogido quedarse en Alemania Oriental, Paul Hauser y Jerska. El ojo y oído de Weisler es el hilo unificador de todos los personajes: su vigilancia le permite conocer las intimidades de cada uno y las verdaderas motivaciones para sus acciones ya sean éstas ganar puntos para subir de posición, censurar y marginar a los que personalmente envidia, asegurar una carrera artística, denunciar para democratizar el país que aman. Weisler parece ser el único que no tiene una agenda propia y que sencillamente cumple su deber.

Aparte de la ambientación y las excelentes caracterizaciones, este filme tiene un guión fascinante por las conexiones que hace, la manera que mantiene el interés del público a pesar de manejar un tema que pudiera fácilmente caer en el ataque frontal a una ideología, la ambivalencia de los sentimientos cuando el interés práctico está en riesgo, el mover la historia con la misma intensidad a través de varios años sin tener que utilizar pietaje documental (la elección de Gorbachov es un comentario de poca importancia; la caída de la muralla es una noticia en el radio), el tener un protagonista que a pesar de él mismo se transforma y se atreve a cuestionar lo que antes tomaba como la única verdad.

Resurge el cine político: Rendition
(director Gavin Hood; guionista Kelley Sane; director de fotografía Dion Beebe; elenco Omar Metwally, Reese Witherspoon, Jake Gyllenhaal, Yigal Naor, Moa Khouvas, Zineb Oukach, Meryl Streep, Peter Sarsgaard, Alan Arkin, J.K. Simmons)

Después de cinco años de declararle la guerra a un país soberano a base de falsas acusaciones, de invadir a otro país en busca de Al Queda, de detener y encarcelar sin evidencia suficiente para formular cargos a ciudadanos estadounidenses (como José Padilla), a residentes legales (tarjeta “verde”), a ciudadanos de otros países aliados (como el Reino Unido) y a cualquier persona que a algún oficial paranoico le pareciera “terrorista”, se produce un excelente filme que denuncia las prácticas del gobierno Bush-Cheney que siguen vigentes en 2007. Los productores de Rendition no esperaron un tiempo prudente (como sucedió con la Guerra de Vietnam) para reaccionar al abuso de derechos civiles y humanos que prevalece en los Estados Unidos. Decidieron seguir los pasos de documentalistas como Michael Moore en Fahrenheit 9/11, Charles Ferguson en No End in Sight, Rory Kennedy en Ghosts of Abu Ghraib, Alex Gibney en Taxi to the Dark Side, Robert Greenwald en Uncovered: The War on Iraq e Iraq for Sale: The War Profiteers y tomar el pulso del momento cuando todavía se puede hacer algo.

Rendition nos recuerda a Syriana al presentar perspectivas paralelas de un mismo asunto. De esa manera el público tiene un cuadro global en vez del individual y personal que predomina en el cine comercial de los E.U. Y como Syriana los juegos de poder entre los E.U. y el Medio Oriente afectan a los más vulnerables que no parecen tener otra manera para reaccionar que ofrecer sus cuerpos para detener la violencia institucionalizada. Y también como Syriana y Paradise Now, este filme humaniza a esos que el Occidente e Israel insisten en darles el nombre genérico de terroristas y reducirlos así a locos, fanáticos y asesinos.

Tres historias– ninguna más importante que la otra– se entrecruzan en una geografía común con enlaces a Washington D.C. Mientras un hombre formalmente trajeado en Sudáfrica le informa a su esposa de los detalles de su vuelo de regreso a los E.U., un oficial de la C.I.A. se desprende de un momento íntimo con su compañera de trabajo para atender un asunto oficial y una joven monta en la motocicleta de otro joven mientras comparten su cercanía. Como sucede en la primera escena de The Kingdom, en pocos minutos una explosión en medio de una población de civiles destruye toda posibilidad de diálogo y reconciliación. La reacción es todo lo contrario: detener a un sospechoso por el mero hecho de que viaja en un vuelo de Sudáfrica con entrada a los E.U. y poner en marcha el sistema de tortura física y mental fuera de los Estados Unidos pero siguiendo sus órdenes y bajo su supervisión.

Rendition (término definido por la American Civil Liberties Union/ACLU como “un programa del gobierno de los Estados Unidos que permite el secuestro con el propósito de interrogar a la víctima en otros países donde no tendría las protecciones garantizadas por la Constitución de los E.U.”), como todo buen filme político, nos presenta lo cotidiano dentro de un contexto sociopolítico que presenta los pedazos y deja que el público haga las conexiones. Algo muy diferente del cine comercial-populista que solamente presenta una línea de pensamiento para no confundir a la audiencia y para restarle importancia a cualquier referencia con la realidad existente.

Lo cotidiano para un profesional– en este caso un ingeniero químico– es asistir y participar en conferencias alrededor del mundo en su área de especialización y regresar a su hogar y familia al finalizar este viaje. Lo cotidiano para un agente de inteligencia asignado a un país extranjero es tratar de crear un tipo de normalidad en su vida privada– como mantener un apartamento con las comodidades necesarias para descansar– que puede incluir contactos sexuales con personas de confianza, establecer relaciones cordiales con el equipo de trabajo y las personas de liderazgo en el país. Lo cotidiano para el jefe de una unidad de vigilancia, detención e interrogación es ser un proveedor, cuidar de la seguridad de sus hijas y esposa y hacer bien su trabajo. Lo cotidiano para una adolescente– no importa su cultura– es asistir a una escuela o universidad para adquirir conocimiento y sobre todo socializar con otros jóvenes.

¿Qué pasa cuando lo cotidiano se interrumpe? De pronto ese esposo y padre que su familia espera en el aeropuerto no llega y nadie puede decirle su paradero; el agente de inteligencia pierde a un compañero de trabajo en una explosión y se ve involucrado en un interrogatorio basado en la tortura mental y física; el padre desconoce el paradero de esa hija que molesta con sus prohibiciones dejó su casa para vivir con un familiar. Y ahí está Washington, D.C. donde no importa el sufrimiento de unas personas y las mentiras que se sostienen para defender a la nación de otro ataque terrorista: el Senador liberal que defiende sus principios hasta cierto punto, su ayudante, y muy posiblemente futuro senador, que encubre su decepción y pone a un lado su serio compromiso con la verdad para tan sólo ofrecer el nombre de otra persona que alivie su conciencia. Ahí está la encargada de una de las secciones de seguridad con la posición oficialista de que Estados Unidos no secuestra, ni tortura, ni viola los derechos humanos. Mientras tanto somos testigos de todo lo contrario.

El 28 de septiembre de 2007 se honró en Nueva York al Center for Constitutional Rights y a la coalición de Torture Abolition and Survivors Support con el Premio de la Paz otorgado por el War Resisters League. Se reconoció esa noche el trabajo que estas dos agrupaciones han hecho para denunciar los abusos del gobierno de Bush. Por su parte la ACLU ha llevado el caso del ciudadano alemán de origen Kuwait y El Líbano, Khaled El-Masri– un carpintero de profesión– a las cortes federales y hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos por “rendition”. El-Masri fue secuestrado en Macedonia y llevado a Afganistán donde lo torturaron y mantuvieron detenido por cinco meses. El caso fue desestimado por no poder probar sus alegaciones sin usar información clasificada. ACLU seguirá con sus apelaciones. Rendition lleva este y tantos otros casos al medio del cine para que se sepa, para que no puedan silenciar a las víctimas de este atropello, para que el gobierno de los Estados Unidos respete sus propias leyes.

Gavin Hood, director sudafricano responsable de Tsotsi, ha reunido un elenco de primera para presentar una historia y un caso colectivo, para aunar sus voces y pedir justicia y respeto por el ser humano, independientemente de su raza, etnia o creencias religiosas y políticas.

Sicko: Con la salud del pueblo no se juega
Michael Moore es un tipo que sabe hablarle a los americanos porque usa su estilo “laid-back”, su inglés medio restregado, su tono agresivo pero con sorna, vestido con mahones, camiseta y camisa de uso intensivo, gorra y espejuelos que evitan visibilizar los ojos y el pelo, con cuerpo alimentado con hamburgers, papitas, refrescos y cerveza. Lo que lo distingue del “average American working-class” es su discurso. En Roger & Me (1989) exploró el desempleo entre la población del pueblo de Flint, Michigan (su pueblo) cuando General Motors cerró su planta automotriz; en Bowling for Columbine (2002) arremetió contra uno de los derechos que los estadounidenses tanto defienden– aún más que el derecho a la libre expresión– “the right to bear arms”; en Fahrenheit 9/11 (2004) tronó contra el régimen de Bush y sus aliados familiares, nacionales e internacionales y las guerras y los odios que han desatado desde el 11 de septiembre de 2001. Otros documentales que no han tenido la misma distribución pero que tienen la misma mordacidad son Canadian Bacon (1995) y The Big One (1998). Y ahora nos llega Sicko que pudimos ver en una sala de cine comercial con subtítulos en español. Lo que Moore ha conseguido en sus tres últimos filmes es una seriedad investigativa y un excelente enfoque en los problemas más serios de esta nación para motivar al público a perder el miedo a cuestionar su presente, pedir respuestas y exigir cambios.

En Sicko, el proyecto de Moore es uno que atañe a la gran mayoría de la población de los Estados Unidos: no hay diferencias entre afiliaciones a partidos políticos, o admiración por líderes nacionales y locales, o preferencias religiosas, o idioma dominante, adquirido o adoptado, o raza, género o etnia cuando de la salud se trata. En las múltiples encuestas que se hacen en ese país desde el reinado de George Bush, las dos principales preocupaciones son la Guerra en Irak y los servicios de salud. A todos nos concierne el qué hacer cuando nos enfermamos, el cómo procurar y conseguir lo necesario para curar a nuestros seres queridos, el cómo atender emergencias que ponen en riesgo la vida misma. Muchas veces para los sindicatos es más importante negociar un buen plan médico que un aumento salarial. ¿Qué hacemos si no podemos pagar por los laboratorios, el MRI, los sonogramas, la ambulancia, la cirugía, las medicinas, la hospitalización? De eso se trata este excelente documental que recoge las vivencias de una parte de los 250 millones de estadounidenses que sí tienen seguro médico pero que les falla cuando más lo necesitan.

En el 2002, Nick Cassavetes dirigió John Q y la crítica comercial decidió caerle encima porque según ellos exageraba y generalizaba un problema de atención médica en esta sociedad contemporánea. Denzel Washington interpretaba a un trabajador de cuello azul (blue collar worker), padre de familia, que no entendía por qué si tenía un seguro médico que cubría a todos, la compañía aseguradora le negaba el pago de la cirugía de su hijo. En Sicko vemos cómo las aseguradoras de salud premian a sus empleados y doctores para que le nieguen a los pacientes los servicios que en verdad necesitan pero que requieren gastos que ellos no están dispuestos a cubrir. Escuchamos las historias que cuentan personas que no pudieron salvarle la vida a sus seres queridos porque supuestamente sus enfermedades o remedios no cualificaban para cobertura de su plan de salud. Médicos, ajustadores, entrevistadores y oficinistas cuentan cómo se les persuadía para que siempre buscaran alguna manera “legal” para negarle los beneficios que les correspondían a sus abonados. ¿Y quién de nosotros no ha escuchado ‘eso el plan no lo cubre’?

Aunque en Sicko las voces que prevalecen son las de esa gran población que tiene seguro médico por su empleo, unión o pago directo, Moore también va en busca de los que han hecho de la salud un negocio para lucrar a unos pocos. Señala con nombre y apellido a los dueños y representantes de las compañías de seguros de salud, los cabildeadotes y los legisladores que reciben sus donativos en las campañas de reelección. Y aunque Moore nos traslada a las artimañas de Ronald Reagan para meterle miedo a los americanos sobre la medicina socializada, también señala a Bush como el gran timador con la propuesta y aprobación por el Congreso de la cobertura de medicinas de Medicare en el 2003, un jugoso negocio para las farmacéuticas y para la eventual privatización del Seguro Social y Medicare.

Moore también incluye el hospital dumping donde los hospitales se niegan a aceptar a pacientes que no tengan seguro médico, y a los que por accidente los traen a la sala de emergencia, los cosen como se pueda y los sueltan para que encuentren su propio camino. Los solitarios y los sintecho son bajas (casualties) aceptadas en este sistema. Me corrigen si me equivoco, pero aquí todavía– aún con las largas horas de espera ya sea en Centro Médico o el Auxilio Mutuo– se atiende a todo el mundo.

¿Cómo medir la equivocada dirección de la cobertura de salud en los Estados Unidos? Moore visita al vecino país que da la casualidad que tiene un sistema de medicina socializada, queriendo decir que existe un seguro universal de salud que cubre a todos por igual. Y aunque Denys Arcand en The Barbarian Invasions (2003) satiriza ese sistema de salud por las largas esperas para ser atendido y por la necesidad de uno de los personajes de sobornar a todo el mundo para conseguir privilegios, se ofrecen todos los servicios, referidos, especialistas, laboratorios, exámenes y medicina. Moore entrevista a pacientes de diferentes edades, hospitales pequeños y grandes y habla con médicos que favorecen este sistema. Como al cineasta siempre le gusta insertar algo “shocking” acompaña a una joven americana que viaja a Canadá para conseguir los medicamentos que su propio plan médico rehusa proveerle. Luego Moore se traslada a Gran Bretaña, otro lugar donde la medicina está socializada (National Health Service), y a través de entrevistas y visitas presenta un cuadro totalmente distinto del de su propio país. El gran acierto de este viaje en particular es su conversación con el veterano laborista Tony Benn quien iguala el derecho a los servicios de salud tan inviolable como la adquisición del sufragio femenino. Aunque Francia es otro de los lugares para comparar su sistema de salud, Moore lo limita a las opiniones de estadounidenses residentes y no a los “citoyens”.

Como es de esperarse de Michael Moore, denunciar, demostrar, señalar y evidenciar no es suficiente. El cree en la confrontación, en no dejar que nadie se escabulle (como hizo en Fahrenheit 9/11 cuando arrincona a algunos congresistas y les pregunta si sus hijos iban a la guerra) y por eso decide dar un viaje a Guantánamo, al lugar donde los militares y el gobierno de Bush insisten que se les da la mejor atención médica a los detenidos a quien todavía no se le han formulado cargos. Por supuesto, no los dejan desembarcar, no importa cuanta bandera americana desplieguen. Dan la vuelta y sí entran a la Cuba de verdad donde son recibidos como amigos del pueblo cubano y donde como despedida el cuerpo de bomberos local le rinde un homenaje a los rescatadores del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001. Sin duda– y por eso ahora Bush & Co. quiere investigar este viaje de Moore– este segmento es una celebración del sistema de salud en Cuba que es considerado (por todos excepto el gobierno de E.U.) uno de los mejores del mundo.

Sicko es un filme obligatorio para todos los que creen que los servicios de salud son un derecho de todos los pueblos y no un privilegio de los más pudientes.

State of Play: la política, la guerra y la avaricia
Por María Cristina

(director Kevin McDonald, guionistas Mathew Michael Carnahan, Tony Gilroy, Billy Ray; obra/idea original Paul Abbott; director de fotografía Rodrigo Prieto; elenco Russell Crow [Cal McAffrey], Ben Affleck [Stephen Collins], Rachel McAdams [Della Frye], Robin Wright Penn [Anne Collins], Jason Bateman [Dominic Foy], Jeff Daniels [George Fergus], Helen Mirren [Cameron Lynne])

DLas primeras dos escenas inmediatamente desestabilizan sensorialmente al público: primero, un aparente robo en la calle seguido de la huída del delincuente por espacios cerrados y semi-abiertos con una cámara que corre, mira y capta el aliento y el corazón acelerado; segundo, música en decibeles máximos de una canción irlandesa de ataque y resistencia que escucha y le hace coro un hombre bastante tirado en apariencia y en el estado desordenado de su Saab de 1990. El lugar de los hechos es Washington, D.C. y conectar los dos asesinatos y el aparente suicidio o accidente que ocurren muy temprano en el filme será el objetivo– por no decir obsesión– del periodista veterano Cal McAffrey. State of Play sin duda nos remite a All the President’s Men (Alan J. Pakula, 1976), el todavía mejor filme de periodismo investigativo, y a The Paper (Ron Howard, 1994), la comedia dramática que nos adentra en el diario quehacer del periódico. Este filme ubica la realidad del periodismo hoy en día con su pérdida de subscriptores, la baja en la compra de páginas para ubicar anuncios de manera recurrente, el alza de los gastos de producción y distribución, la posición del papel a un segundo plano a favor de los blogs y la lectura de titulares por Internet, y el abandono casi total del periodismo investigativo tanto por los nuevos periodistas como por la administración de los rotativos. Los mejores ejemplos de esta tendencia en Puerto Rico son El nuevo día y Primera hora de las empresas Ferré-Grangel.

State of Play también tiene en común con los filmes mencionados que está centrado en los sucesos actuales y que sus conexiones o referentes son The Nation y Democracy Now! Además da una clase de periodismo que ya parece no existir en las escuelas de comunicaciones que reflejan más que nada la noticia de la televisión, la radio y, por supuesto, el Internet. En el filme se enlazan– casi forzosamente– el veterano en el campo (Cal) que tiene sus contactos en la policía, el F.B.I., el Congreso y todas las agencias del gobierno (aunque sea muy poco lo que le suelten) además de su conocimiento personal por los años de experiencia, con la rookie (Della Frye) que escribe de prisa para un Blog del periódico sin ir más allá de las versiones oficiales y las especulaciones (chismes y opiniones). A ambos reporteros y a la administración del periódico le interesa lo mismo: ser los primeros en dar a conocer la noticia. Tomar esa delantera les trae atención, publicidad, endosos y algún tipo de seriedad en los medios aunque todo esto sea momentáneo.

En el protagonista de la historia se funden los distinto lazos que parecen inconexos. Cal tiene posturas más allá que las acomodaticias liberales. Será crítico de todos los políticos que intenten adelantar su agenda no importa si representan la derecha o el centro (a veces inclinado un chispito a la izquierda). Prefiere cubrir las noticias casi anónimas– por ser tan numerosas– de los que son asesinados por drogas, actos criminales o mera coincidencia. Se aprende sus nombres, indaga sobre sus vidas antes del delito, habla si es posible con padres, familiares y amigos, trata de que no sean meramente tumbas sin nombres o cadáveres sin reclamar en la morgue. Por eso le interesa el asesinato de dos jóvenes tan diferentes en un mismo lugar. El ángulo personal no entrará en su mundo investigativo hasta que su amigo de universidad sea blanco de un escándalo amoroso que pudiera arruinar su carrera política como congresista. El problema de Cal es que sus principios y su instinto de periodista van por encima de cualquier atadura emocional. Por eso viaja solo por la vida sin mirar atrás para ver lo que se perdió.

Los medios noticiosos cubrirán masivamente el escándalo personal pero apenas aluden a las vistas que celebra el comité que preside el congresista Collins que es precisamente lo que ubica la trama en la política nacional estadounidense. PointCorp es el nombre ficticio de Blackwater, la organización de mercenarios que tiene contratos millonarios con el Departamento de Defensa, responsable de la seguridad de los no-militares en Irak y de mantener “la ley y el orden” según ellos lo definan. Las violaciones a los derechos humanos de los iraquíes y el asesinato indiscriminado de cientos de miembros de familias y de ciudadanos comunes en las calles de Bagdad y otras ciudades son incontables. Protegidos por Dick Cheney en el reinado de Bush, nunca tuvieron que rendir cuentas, excepto quizá a algún comité del Congreso convocado por la presión de otros ciudadanos y de organizaciones de derechos humanos.

En el filme, Collins ha hecho su trabajo y tiene suficiente evidencia para, por lo menos, hacer preguntas específicas de hechos constatados que tienen que ver con finanzas y la falta de rendimiento de las acciones de esta organización. Su interés emana de una convicción de que estas compañías se lucran de lo que debiera ser un servicio a una población en tiempos de crisis. Consiguen los contratos con el Departamento de Defensa por sus conexiones con el aparato militar; tienen acceso a todo tipo de armas y equipo; tienen cheque en blanco para desplazarse por todo el territorio e imponer sus leyes sin tener que informar al gobierno o estructura militar del país. Su equipo de trabajo son ex militares (condecorados o botados) que le responden a una organización que existe solamente para el lucro personal. Es la privatización de Homeland Security. El gran problema es que quienes le pagan estas cantidades exorbitantes es el pueblo norteamericano a través de sus contribuciones. Una organización así que se ve amenazada hace todo lo necesario para mantenerse en el poder.

Filmes como The Interpreter, The Constant Gardener, Rendition, Syriana, The International y ahora State of Play presentan otra realidad, otra verdad, esa que los medios apenas cubren ya que prefieren quedarse en el “look”, esa superficie que puede ofender o glamorizar, pero que no molesta en nada a lo establecido.


RECUERDOS DE CHILE

El 11 de septiembre de 1973: el final y el comienzo de una lucha

Recién llegada a la ciudad de Nueva York, mis amigos celebraban el triunfo de la Unidad Popular en Chile. De pronto ese país latinoamericano, al parecer tan alejado geográficamente, se volvía familiar y hablábamos del Partido Socialista de Salvador Allende, del Partido Comunista de Pablo Neruda, de los grupos de apoyo popular, de la izquierda "radical" del MIR, de los lazos extendidos al Partido Independenista Puertorriqueño pero especialmente al Movimiento Pro Independencia que muy pronto se constituiría en Partido Socialista Puertorriqueño y reconsideraría el proceso electoral como un paso más en nuestra lucha por la independencia. Nos uníamos a los compañeros argentinos, chilenos, uruguayos, dominicanos que residían en Nueva York y veían, como Martí también lo hizo, a esta ciudad como el lugar donde las diferencias nacionales se borraban y nos unía una sola causa: la liberación de la patria, la individual y la de todos. Estábamos al tanto de las notcias diarias acontecidas en Chile, de los asesinatos de las personas más allegadas a Allende; de las protestas de las mujeres adineradas y de clase media que salían a las calles con las ollas de sus sirvientas para denunciar la falta de alimentos, escasez causada precisamente por sus maridos y padres dueños de frigoríficos, distribuidoras e importadoras de alimentos; de las huelgas de los camioneros; de los saqueos en los barrios populares por parte de los carabineros; de la negativa del banco mundial de concederle préstamos al gobierno legítimamente constituido; de la manera que las multinacionales norteamericanas, con el apoyo del gobierno de Richard Nixon, conspiraban con el poder militar para derrocar a la Unidad Popular. Estuvimos presente con pancartas de apoyo a Chile cuando Salvador Allende se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidasen 1972.
El 11 de septiembre de 1973, escuchamos en la radio cómo los noticieros norteamericanos anunciaban con gran júbilo la muerte de Allende y la caída del gobierno de la Unidad Popular a manos de los dirigentes de las Fuerzas Armadas Chilenas. Y volvimos a lanzarnos a la calle para denunciar el golpe militar; para apoyar al embajador de Cuba en las Naciones Unidas, Raúl Roa, quien daba la voz de alarma de lo acontecido en Chile; para unirnos a los grupos defensores de los derechos humanos cada vez que nos llegaba una noticia de los jóvenes, adultos y viejos detenidos y luego asesinados o desaparecidos; para llorar la muerte de Neruda y romper el silencio en que los militares trataron de cubrir su entierro.
Y pasaron los años y cargábamos a Chile en nuestro corazón; escuchábamos a la viuda de Allende hablar de esos años de la Unidad Popular en Chile; asistíamos a los encuentros con los que lograron irse de su país antes de ser arrestados como Ariel Dorfman, José Donoso, Isabel Allende, Antonio Skármeta, Jorge Díaz, Miguel Littín, Patricio Guzmán. En esos años se filtraba muy poca información y tal parecía que los militares reinaban sin oposición alguna. Entonces casi diez años después del golpe, se escuchan voces disidentes, particularmente de jóvenes y de mujeres. Para aquietar la opinión mundial, especialmente al gobierno de los Etados Unidos que intentaba limpiar en algo su imagen de colaborador del golpe militar del '73, la dictadura militar entreabre sus puertas a la prensa internacional, y así supuestamente desmentir a los que seguían acusándolos de represivos y antidemocráticos. Nos llegan los videos de las protestas, las obras de teatro montadas en las barriadas, los periódicos clandestinos, y las voces que no callan. Viene el plebiscito que los militares juraban que los legitimaría en el exterior. Pero el pueblo se organizó y le dijo NO a Pinochet y SI al movimiento democrático.
Hoy en día, aunque los militares siguen acuartelados, su presencia se hace notar en el conservadurismo del gobierno actual hasta el punto que los militares responsables de los miles de desaparecidos no han sido enjuiciados. Hace dos semanas el gobierno tuvo la osadía de poner restricciones en las marchas y ofrendas florales que se organizaron para que nadie olvide ese 11 de septiembre de 1973.
Para rememorar a ese nuestro Chile, tenemos un legado de excelentes videos, documentales y filmes narrativos que tienen presente la transformación de este país con la elección de Salvdor Allende y la coalición de la Unidad Popular, el sentido de unidad y de cambio de ese pueblo en los tres años antes del golpe militar, y la barbarie cometida en nombre de la razón y el orden. Uno de los documentales más reveladores, terminado tan sólo días antes del golpe, es When the People Awake/Cuando el pueblo se levanta. Después de recontar cómo trunfa la Unidad Popular y el pueblo celebra en las calles a pesar de la vigilancia militar; cómo se constituye el gobierno y las amenazas desde antes del Congreso investir a Allende; la presencia militar en cada momento; el boicot de los "dueños de la tierra" a todas las reformas; la seguridad en las convicciones de los que tenían tanto que ganar con la Unidad Popular y nada que perder; termina con una marcha de miles de personas en apoyo a Allende por las calles de Santiago.
En 1977, Patricio Guzmán termina en el exilio su excelente documental histórico, La batalla de Chile. A esto le sigue un largo silencio durante el tiempo en que Chile se encierra para negar las atrocidades cometidas y consolidar su poder militar. Pero ningún país puede subsistir de espaldas a la humanidad, y ese mismo gobierno ilegítimo comienza a buscar algún tipo de apoyo de países del mal llamado primer mundo. Así nos llega, casi en el clandestinaje, Somos +, un video periodístico de mujeres de todas clases que deciden desafiar las órdenes de las autoridades prohibiendo manifestaciones públicas. Ellas marcharán por las calles de Santiago y se abrazarán para que el golpe de las mangueras de agua no las tumbe. Un grupo de educadores organiza un taller de cine para niños en una de las barriadas más pobres de Chile, experiencia que capta en 100 niños esperando un tren.
Cineastas y documentalistas intensamente comprometidos con Chile, llegan a este país a raíz de la apertura casi simbólica que hace el gobierno para validar su plebiscito, y filman lo autorizado y lo escondido. Dulce patria analiza el papel de los militares durante todos estos años a través de una entrevista en el exilio de un oficial que pide asilo político en México. Miguel Littín se transforma para regresar a su país sin ser reconocido y filmar Acta general de Chile, del cual Gabriel García Márquez escribió La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile publicado en 1986. Un año después, el australiano David Bradbury filma Chile ¿hasta cuando?
En la década del 80, varios realizadores chilenos y extranjeros llevaron al cine narrativo la época de la Unidad Popular y las consecuencias del golpe militar. Había tantas historias reales que ficcionalizarlas era documentarlas con los nombres de los miles de desaparecidos. Algunos de los filmes extranjeros fueron It's Raining in Santiago con el actor francés Jean-Louis Trintignant, historia que finaliza con el entierro de Neruda; Sweet Country, protagonizada por Jane Alexander; la excelente Bodas de papel/Paper Wedding del canadiense Michel Brault, protagonizada por Genevieve Bujold y Manuel Aranguiz. En los 90 se llevó a la pantalla la novela de Isabel Allende, La casa de los espíritus protagonizada por Meryl Streep, Jeremy Irons, Glenn Close, Wynona Ryder y Antonio Banderas.
Entre los filmes narrativos dirigidos por chilenos en el exilio o de regreso luego de las elecciones están: Hechos consumados (1984) y Consuelo, una ilusión de Luis Vera; la desconcertante y brillante Amnesia (1994) de Gonzalo Justiniano; Los náufragos (1994) de Miguel Littín; y la mejor como totalidad, La frontera (1992) de Ricardo Larraín.
En 1982, el mejor realizador de cine político de nuestros tiempos, Konstantin Costa-Gavras, dirigió Missing, basada en la historia real del joven periodista norteamericano, Charles Horman, quien desapareció durante los primeros días después del golpe militar. Jack Lemmon interpreta al padre del joven quien viaja a Chile para rescatar a su hijo ya que no cree en las alegaciones de su nuera sobre la culpabilidad de los militares y la complicidad de los oficiales en la Embajada Norteamericana. Missing es el mejor filme narrativo sobre el 11 de septiembre y los días siguientes del 1973.

Chile: Un enjambre de recuerdos
Por María Cristina

Hoy martes 11 de septiembre escribo recordando a un Chile que en 1970 anunciaba un nuevo comienzo, un triunfo político para una Unidad Popular llena de izquierdosos, soñadores, solidarios, campesinos, obreros, maestros, estudiantes, profesionales, trabajadores de todo tipo, artistas y tantas mujeres. Leo en el Claridad de hace varias semanas un informe del saldo del paro convocado por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) en Chile el 29 de agosto para protestar por las políticas implantadas y los problemas no resueltos del gobierno de Michelle Bachelet del “triunfante” Partido Socialista en las elecciones de 2006. Escucho a cinco ponentes en el congreso del Latin American Studies Association (LASA) celebrado del 5 al 8 de septiembre en Montréal discutir a Chile hoy bajo el tema “From Pinochet to Bachelet: Memory and Democracy in Twenty-first Century Chile”. Veo nuevamente el documental más reciente de Patricio Guzmán donde recuerda a ese Salvador Allende que comenzaba su carrera política para luego finalizar resistiendo hasta el último momento la matanza de los militares que una vez juraron defender la Constitución y el gobierno electo de Chile. Revivo la experiencia de ver y escuchar a Antonio Skármeta en el Anfiteatro # 1 de la Facultad de Educación de la Universidad de Puerto Rico narrando/ficcionalizando cómo la oposición pudo organizarse para convencer al pueblo votante de negarle la presidencia vitalicia a Pinochet. Me transporto en mi imaginación a Chile en el 2004 cuando el mundo literario le rinde homenaje a Neruda en su centenario. a Entonces mis recuerdos regresan a enero de este año cuando pude por primera vez ir a Santiago, Valparaíso e Isla Negra para desandar el camino de Allende, Neruda y ese pueblo que se dio a la tarea de reconstruir, de soñar un mundo mejor.

Desde que llegamos a Santiago no podemos dejar de caminar. Sus anchas aceras nos invitan a recorrer la ciudad, adentrarnos en sus parques, cruzar de un lado al otro del Río Mapocho (no logro borrar la imagen en el noticiario de Televisión Española del funeral simbólico que le hicieron jóvenes y viejos a Pinochet al tirar un ataúd a ese mismo río donde flotaron tantos cuerpos asesinados por los militares en 1973). En ese camino nos imaginamos junto a una multitud recorriendo las grandes alamedas de la Avenida Bernardo O’Higgins, y poco a poco llegamos frente al Palacio de La Moneda, una estructura sólida, muy cuidada sin cicatrices que revelen el bombardeo del 11 de septiembre hace 34 años. Nos detenemos por largo rato frente a su fachada y nos asombramos de la labor determinante de los militares por borrar la historia. Puede haber tardado mucho tiempo, haber encontrado una gran oposición de los derechistas y conservadores que todavía ostentan el poder en esa democracia que tanto se empeñaron en destruir, pero poder pararnos junto a la impresionante y gigantesca figura de Salvador Allende es volver a nombrar lo que por tantos años se convirtió en un innombrable.

El mismo día en que Pina Bausch recibe de manos de Michelle Bachelet la medalla de la cultura Pablo Neruda, presenta esa noche en el hermoso Teatro Municipal su “Masurca Fogo”. Y en enero, mientras los porteños en Argentina abandonan la ciudad para ir a Mar de Plata, en Santiago el teatro callejero, circense, en parques y pequeños y grandes espacios mantiene a la ciudad despierta hasta el amanecer. Se hacen filas para comprar boletos, se disfruta de compañías conocidas y por conocer, se acaba la función y todos caminan a paso lento por parques y calles sacando ventaja de un verano caliente y seco con una agradable brisa nocturna.

Decidimos seguirle los pasos a Neruda, a ese poeta que recorrió el mundo y se trajo pedacitos de esos lugares para componer sus casas. La casa de Santiago– la Chascana– es la más hermosa por su ubicación en Bellavista con una mirada casi de sueño de la ciudad. Aparte de ser la casa que Neruda escogió para su amada amante, Matilde Urrutia, es la casa que intentaron destruir los militares en los días que siguieron al golpe mientras ambos se encontraban en Isla Negra. Es la casa donde se trae el cuerpo de Neruda el 23 de septiembre y de donde sale su féretro casi en silencio y en soledad hacia el cementerio general para ocupar una tumba sin nombre. Esta casa es uno de esos espacios donde se siente la presencia de sus habitantes; es una casa que atestigua la entereza de un pueblo.

Nos montamos en un autobús hacia Valparaíso en busca de su segunda casa– la Sebastiana, esa donde se reunían viejos amigos y otros por conocer disfrutando de bohemias que duraban varios días (algunos dicen que semanas si no más). Es hermosa con pasillos escondidos y entrepisos, pero se siente transitoria, un buen lugar para pasar una noche o varios días o un verano. Vemos el impresionante edificio que alberga al Congreso Nacional, estructura que desentona con la belleza natural de una ciudad construida en sus 45 montes con vista al mar. Bajamos y subimos en los funiculares de madera que sirven a la población. Nos metemos en un lugarcito que apenas tiene un rótulo que diga restaurante para comer un delicioso plato junto a los residentes que decidieron almorzar fuera ese día.

Seguimos hacia el sur para llegar a Isla Negra, la última casa donde vivió Neruda, donde recibió las noticias del golpe militar, la muerte de su amigo Allende y el terror sembrado por los militares. La casa de donde sale en ambulancia para trasladarse a un hospital en Santiago. Gracias a la Fundación Pablo Neruda que creó Matilde para impedir que los militares también borraran de la memoria de los chilenos al poeta de la gran América y de las odas a las pequeñas e importantes cosas de la vida diaria, Isla Negra es un gran museo, un lugar que reúne “las cosas” que significaron tanto ya fuera por un gesto, un regalo, un pedazo de cristal o una piedra encontrada en un lugar cercano o lejano. Mirar al mar por sus ventanas en esta casa-barco en tierra, es compartir la mirada de Neruda desde su estudio, su dormitorio y sus balcones. Es ver la tranquilidad que acompaña las dos tumbas que miran al mar después de lograr estar nuevamente juntos.

Siguiendo las direcciones de una jovencita que en un bazar se rodeaba de fotos, libros, botones, grabaciones y DVDs del Ché Guevara, Allende, Miguel Enríquez, Víctor Jara y Pablo Neruda, llegamos al Cementerio General. Con varios claveles rosas y rojos en mano recorremos largos caminos hasta llegar a un lugar muy calladito y espacioso. Es el mausoleo de la Familia Allende Bussi donde después de tantos años se le rinde tributo al hombre que los militares trataron de hacer desaparecer como lo hicieron con miles de otros. Seguimos caminando hacia una pared inmensa de nichos para encontrar un gran colorido y la foto del joven sonriente con su guitarra que marca el recordatorio de Víctor Jara. Tras otra larga caminata encontramos una nueva estructura: una pared con miles de nombres grabados, otra pared con cuadrados vacíos u ocupados con flores y fotos de los seres queridos. Es el homenaje a los detenidos desaparecidos. Piedras y cabezas inmensas caídas rodean este lugar que no permite que nadie olvide el terror del golpe militar de 1973.

Podrán hermosear y tapar los estragos del bombardeo a la Moneda, podrán mantener sus uniformes en casa y vestir trajes en la casa de diputados y la corte, podrán hablar de un nuevo Chile, pero nadie olvida que toda esta imagen se construye sobre la sangre y los cuerpos de los se entregaron a construir una patria para todos los chilenos.


CINE PUERTORRIQUEÑO

Angel: lo cotidiano y aceptado en el Puerto Rico actual
(director y guionista Jacobo Morales; obra original Gilberto Concepción Suárez y Jacobo Morales; productora Blanca Silvia Eró; director de fotografía PJ López; música original Pedro Rivera Toledo; elenco Braulio Castillo, hijo, Jacobo Morales, Yamaris Latorre, José Félix Gómez, Miguelángel Suárez, René Monclova, Sara Jarque, Marian Pabón, Georgina Borri, Jaime Bello, Teófilo Torres)

Todo comenzó para mí con los cortos: excelentes tomas, diálogo y cortes. Anunciaban un filme político, de intrigas, medias verdades, sospechas, encubrimientos y emboscadas. Y aunque en los filmes anteriores de Jacobo Morales ocurrían amenazas y asesinatos, sus causales eran la avaricia, la envidia y los celos.

Entonces llega Angel y el montaje de la historia que había hecho a base de los cortos se derrumba. Lo que había parecido fácil de armar– por mi propio conocimiento/experiencia con huelgas universitarias, intervención policíaca, infiltrados, colocación de evidencia falsa, persecución y asesinatos nunca esclarecidos– se trastoca en las manos de Jacobo al traer otros elementos y recalcar lo cotidiano. Un agente encargado de vigilar e infiltrar grupos independentistas– terroristas para los de derecha– es también un buen proveedor de su familia, amoroso con su esposa de muchos años, y ahora responsable de servir como figura paternal para su nieto, a quien cría en el seno de su hogar. Un ex fiscal federal, jubilado, sin familia (en su concepto tradicional de esposa e hijos) y casi sin amigos, se encierra en su casa a beber y rememorar los errores cometidos que ya no puede cambiar. Un ex profesor de astronomía que regresa a la “libre comunidad” después de quince años de encarcelamiento y, sin tener esposa o hijos, se integra a la rutina de su familia extendida en una de las tantas urbanizaciones clase media urbanas. Los otros protagonistas del pasado quedan en los recuerdos de los que todavía siguen vivos.

Irónicamente, los dos personajes que parecen en control de su entorno y de su persona, son los que viven solos, escogen cuándo y con quién quieren estar acompañados, el trabajo es su centro y sus relaciones afectivas parecen más de satisfacción sexual y celebración del cuerpo. Su aislamiento voluntario les permite una libertad de movimiento anónimo donde pueden desplazarse sin ser detectados como conocidos. Así es Angel, ese joven que se infiltró en los grupos independentistas universitarios y que años más tarde se convierte en uno de los policías más activos en redadas y en el descubrimiento de actos terroristas. Así es Julia, la periodista que se abre camino y que está dispuesta a hacer de todo para conseguir una exclusiva.

Aunque la historia no es “verídica” sus partes sí lo son: una huelga universitaria, la intervención policíaca, la persecución de los apodados subversivos por el Estado, los agentes infiltrados para incriminar a otros con ideas radicales– como creer en el derecho de todos a una educación, servicio de salud universal, un salario digno–, los asesinatos calificados como defensa propia, los suicidas asesinados accidentalmente, la intimidación de familiares. Angel logra ponerle rostro y cuerpo a lo que la prensa diaria y noticiarios cubren en una página o tres minutos (con suerte) sin darle seguimiento o señalar los otros pedazos del rompecabezas.

El ojo observador de Jacobo capta uno de los elementos más importantes de nuestra sociedad: la reestructuración de la familia. Esa modernidad abrupta de mediados del siglo XX que trastoca la economía y geografía de un Puerto Rico agrario para convertirlo en uno migratorio (del campo a la ciudad; de la ciudad a la metrópolis) y urbano cambia los patrones familiares de padre/esposo, esposa/madre, hijos y familiares agregados. En el Puerto Rico del siglo XXI, cuando el país entero parece convertirse en una inmensa mole de cemento, la familia se reconstituye para llenar las necesidades de los desplazados, abandonados y olvidados. Mariano, viudo y sin hijos, vive ahora con su sobrino que comparte su vivienda con su esposa, hijos y suegra. Villanueva, casi llegando a la edad del retiro, vive con su esposa y un nieto de siete años. ¿Qué le pasó a su hija o hijo? Puede haber muerto violentamente en un accidente automovilístico, haber sido víctima de violencia doméstica, un asalto, una violación, una sobredosis o enfermedad. ¿Y el padre del niño? Puede haber corrido la misma suerte, o ser un desconocido, o haberse esfumado. Pero nada de esto importa porque mientras hay abuelos, otros hijos o sobrinos, la familia se reconstituye para ofrecer domicilio, protección, seguridad y lo necesario para estabilizar las vidas de los que parecen quedar en los márgenes.

Angel además recoge la cotidianidad de nuestras propias vidas: el poder que ejercen los medios noticiosos televisivos al darnos medias verdades, al cubrir casi exclusivamente lo morboso y violento, al imponer su estilo sensacionalista y hacer un periodismo abiertamente aliado a intereses y figuras políticas y agencias de poder. Qué tipo de periodismo es aquél que no disputa las versiones oficiales de los hechos y que prefiere acercar la cámara a las caras apenadas y llorosas sin indagar por las causas de esa violencia y esos crímenes. Un perfecto ejemplo de esto es la cobertura que se le da a cada muerte de un soldado puertorriqueño en la guerra de Irak. El libreto consiste en entrevistar a la familia y vecinos sobre el valor y la bondad del/a joven y la pena que embarga a sus allegados. Pero ¿cuándo se le pregunta o se hace un reportaje especial sobre las razones para que ese/a joven eligiera el ejército, su situación económica, sus ideales, sus opiniones sobre la guerra? Aunque en Angel Julia, la periodista, entrevista y escucha detenidamente al recién liberado Mariano, sus reportajes están hechos para agradar y no para “crear problemas” como ofrecer argumentos para una nueva investigación de los hechos.

Esta historia se preocupa por incluir a varias generaciones que se comunican entre sí. Los sesentones pueden defender sus ideales y aceptar la cárcel como parte de su compromiso. Otros de esa misma generación pueden claudicar por múltiples razones. Los que están en sus cuarentas parecen haberse detenido en el camino para echar una mirada al pasado y afianzar el camino que les queda. Los de treinta velan por un hogar que parece haberles costado mucho sudor y empeño. Y aunque los adolescentes parecen estar ausentes de esta vida suburbana, los niños están siempre presentes y son precisamente ellos los que establecen los lazos de comunicación. Sin ellos Angel nos dejaría en medio de odios y violencia aceptadas y repetidas. Por ser un filme de tema político, Angel abiertamente presenta la posición ideológica que carga la historia. Mariano cumplió cárcel por un delito que no cometió pero dentro del miedo a “los terroristas” es declarado culpable; las intervenciones telefónicas y las vigilancias se les hacen a los independentistas; el interés de la periodista por Mariano es por sus creencias políticas; uno de los apartamentos que la policía allana por supuestamente esconder drogas tiene un cartel con el rostro de Filiberto Ojeda; Rafael Cancel Miranda es uno de los que dice presente cuando Mariano sale de la cárcel.

¿Y qué dudas podemos tener de la vigencia de esta historia cuando recientemente la policía ha sido acusada de plantación de evidencia, palizas y asesinatos de jóvenes desarmados e inmovilizados? ¿Y qué cobertura le da El Nuevo Día a la manifestación de repudio a esta violencia estatal? Una esquina en la página 7 con una oración y una foto que no dice nada.

Quiero destacar la excelente actuación de Braulio Castillo y José Félix Gómez. Ambos tienen una presencia escénica que nos obliga a mirar cada uno de sus movimientos y gestos. La cámara capta su físico y, aunque suene extraño, especialmente sus pensamientos. El atractivo físico de Castillo y de Damaris Latorre llena los cuadros cuando aparecen juntos en escena. Gómez logra darle gran profundidad a un personaje “secundario” al igual que lo hace Israel Lugo en su casi “cameo”, algo que le falta a los personajes de Castillo y Latorre. Teófilo Torres, René Monclova y Marian Pabón, todos buenísimos actores, aquí tienen papeles poco definidos. Pero, por otro lado, Jacobo logra darle a Miguelángel Suárez una excelente oportunidad de lucirse como actor aunque su intervención sea muy breve. Jacobo en el papel principal, por ser Mariano el centro de la historia y no por el tiempo que está en escena, le da la entereza y ternura que siempre le ha impartido a sus personajes ya sea en cine, televisión o teatro.

El cimarrón: rescate de nuestra historia
(director Iván Dariel Ortiz; guionista Iván Gonzalo Ortiz; director de fotografía Jaime Costas; elenco Pedro Telémaco, Dolores Pedro, Fernando Allende, Modesto Lassén, Teófilo Torres, Mara Croatto, Gerardo Ortiz, Julio Torresoto, Eugenio Monclova, Néstor Rudolfo, Carlos Vega, Walter Rodríguez, Axel Landrón)

Iván Dariel Ortiz y su equipo de producción asumieron un proyecto muy complejo para su segundo largometraje: una historia de época con la necesidad de recrear la sociedad esclavista del Puerto Rico de principios del siglo XIX. En 1986, Antonio Rosario Quiles realizó un cortometraje de ficción, Cimarrón, que contó con la experimentada fotografía de Diego de la Texera. De acuerdo a Kino García en Cine puertorriqueño: Filmografía, fuentes y referencias (San Juan: Editorial LEA, 1997) “es la historia de un esclavo negro que escapa de la plantación donde sirve y huye a Puerto Rico en busca de la ansiada libertad”. En este nuevo Cimarrón la historia comienza en Africa y casi míticamente regresa al mismo lugar. Es también la historia de los hacendados y comerciantes conservadores y liberales que responden a los cambios políticos y económicos en el resto del Caribe, la América hispana y España. Esta segunda historia tiende a opacar la primera sin desarrollar a cabalidad ninguna de las dos.

Natalie Zemon Davis en su libro Slaves on Screen: Film and Historical Vision (Canada: Vintage/Random House, 2000) como historiadora reconoce que llevar hechos documentados a la pantalla es casi imposible sin violar muchos de los preceptos que constituyen la investigación histórica. Un buen guión– lo que Davis ha hecho en varios filmes– trata de incluir los momentos importantes que se relacionan con la trama central aunque tenga que acortar los detalles que le dan sentido a lo ocurrido, además de dejar espacios abiertos para la indagación futura del público. En otras palabras redactar el marco histórico de manera interesante y relevante que suscite la curiosidad para ir a las fuentes primarias y secundarios, o al menos a un buen libro de historia. Algunos de los proyectos más ambiciosos de la ICAIC tanto en la década de 1960 y especialmente en el 1970 (La última cena, 1976) fue llevar al cine la historia de los marginados especialmente la de los negros desde sus primeras revueltas hasta su participación decisiva en las guerras de la independencia. Cuba contaba con toda la infraestructura necesaria para realizar estos proyectos que en otros lugares hubiera sido una empresa multimillonaria. Sus experimentados directores y escritores como Tomás Gutiérrez Alea y su elenco de actores como Nelson Villagra, Reynaldo Miravalles, Silvano Rey, Luis Alberto García entre muchos otros le permitieron a la ICAIC hacer filmes de corte histórico con un trabajo investigativo abarcador. En Puerto Rico un proyecto cinematográfico similar sería casi imposible y por eso destaco El cimarrón como un adelanto en crear un cine nacional que tenga relevancia para nosotros, los caribeños y todos los que entienden la marca histórica que dejó el sistema esclavista en la historia de las Américas. Es una manera de forzar a la audiencia a mirar atrás con ojo crítico, a indagar en nuestra historia sin la trivialización que suele acompañar todo lo que signifique cultura.

El cimarrón recrea una época muy turbulenta en la historia de las Américas: la última década del siglo XVIII y los primeros años del XIX. Los aires revolucionarios de 1789 en Francia fueron muy amenazantes a las monarquías europeas y la revolución de la población negra en Saint Domingue, la colonia más preciada de Francia, en 1791 causó un gran temor en las poblaciones blancas del resto del Caribe. En 1795 España es forzada a ceder su Santo Domingo a Francia y de esa fecha en adelante, con un aumento entre 1802 y 1805, Puerto Rico especialmente servirá de reubicación para los exiliados de Haití. Este nerviosismo causado por la inestabilidad en las colonias del Caribe se incrementa con los cambios de lealtades en España (aliados de Francia y enemigos de los ingleses; enemigos de Francia y aliados de los ingleses; aliados nuevamente con Francia en unas regiones y en otras con juntas y congresos liberales por una España soberana) y los movimientos independentistas en México y Sudamérica. En 1809 se elige a Ramón Power y Giralt como delegado de Puerto Rico a las cortes que establece la Junta Suprema de Sevilla, y aunque se disuelven en 1810 se forma entonces el Consejo de Regencia que crea las Cortes de Cádiz y nuevamente Ramón Power es electo como diputado por la isla.

Aunque en la primera escena de El cimarrón se presenta Africa como un lugar edénico cuya paz es alterada por la violencia de los europeos, se puede entender esta idealización porque es esto precisamente lo que todos hacemos cuando nos alejamos del lugar que llamamos nuestro y la tierra que reclamamos como la de nuestros antepasados. Además es esa imagen la que se espiritualiza para que en la muerte se pueda volver al origen sin pensar en las imposibilidades físicas. El centro de la historia es la relación entre Gamba y Femi quienes creyeron encontrar la felicidad juntos en su tierra y se encuentran en el presente vendidos como ganado y separados hasta el punto de prohibírseles intercambiar palabra. Lo que no significa que ambos intentarán reunirse y escapar. Pero esta parte de la historia parece quedar de lado cuando los diálogos más importantes se dan alrededor de las nociones de criollo y peninsular, liberales y conservadores, autonomismo y participación subordinada a la metrópolis. El problema con estos diálogos es que la acción tiende a detenerse aún sobreponiendo las conversaciones entre criollos y peninsulares. Estas escenas se convierten en estampas que incluyen un cuidadoso montaje en cuanto a los detalles de la época.

La historia de Don Pablo, el hacendado peninsular por su lealtad pero criollo por su intento de ser parte de la economía insular, no tiene los matices necesarios para hacerla complementaria con la de la pareja de esclavos. Puede que para una telenovela resulte muy popular tener “el malo” y “el bueno” pero para cine esto no funciona a menos que nos acomodemos en las películas de acción o terror de Hollywood. Además si la prioridad, como buen hombre de negocios, es construir el camino de la central al puerto para ser el primero en exportar su cosecha, no se puede matar a los esclavos o maltratarlos al nivel que sean inservibles, especialmente porque necesita más esclavos y no los puede conseguir legalmente a tiempo para cubrir la zafra.

En El cimarrón se destaca una fotografía excelente tanto como encuadre histórico como para añadir a la trama. Las actuaciones son muy desiguales destacándose Dolores Pedro– y todas las actoras en los personajes secundarios– y Modesto Lassén como el esclavo liberto (¿por qué no se le dio el personaje principal?). La interpretación de Fernando Allende fue tan artificial que debilitó el ritmo y la dirección del filme. Pedro Telémaco puede retratar muy bien pero su interpretación se basa en un gesto permanente de rabia, gruñidos y un lenguaje africano que repite las mismas tres o cuatro palabras en las pocas escenas donde habla.

El cimarrón es sin duda un aporte a nuestro cine nacional que poco a poco va buscando su propia voz y que aunque tropiece siempre es un adelanto. Al igual que dijimos con Héroes de otra patria, esperamos el próximo proyecto de Iván Dariel Ortiz.

Un proyecto nuestro y de todos: Israel, Pedro, Emilio, Gabriel, Julio, Cathy, Jéssica y Tania en El Clown
(directores y guionistas Emilio Rodríguez y Pedro Adorno; director de fotografía Gabriel Coss; elenco Israel Lugo, Cathy Vigo, Julio Ramos, Ernesto Concepción, Jéssica Rodríguez, Tania Adorno, Marcos Mazo, Miguel Zayas, Jaime Bello, Mario Roche, Luis Antonio Cosme, Luz María Rondón, Angel Vázquez, Norman Santiago, Eduardo Alegría, Yaraní del Valle, Aurelio Lima)

De inmediato nos adentramos en el mundo circense cuando en El Clown el maestro de ceremonias se dirige a nosotros para invitarnos a participar de un mundo artificioso de hombres y mujeres pintados de colores brillantes, adultos y jóvenes en cuerdas flojas y trapecios. Pero también de inmediato vemos las caras detrás de la pintura y son muy similares a las nuestras con los mismos problemas económicos y domésticos. Si difícil es subsistir como empleado de un circo de pueblo, a veces es todavía más difícil mantener un sentido de familia con horas nocturnas y giras constantes. El colectivo funciona muy bien como centro de trabajo donde aúnan esfuerzos para mejorar la programación, incentivar a los más alicaídos y resolver problemas que pudieran afectar el futuro del circo. Pero, ¿qué hacer cuando una pareja solamente se mantiene junta por el bien de su hija y cada uno de sus movimientos se convierte en una rutina que los abruma y que opaca cualquier intento de cambio? Esto es precisamente lo que sucede con el protagonista Xavier del Monte, excelentemente interpretado por Israel Lugo.

Casi por accidente, Xavier va a una audición, casi sin saber de qué se trataba, y gracias a su gran talento, deslumbra a los productores y directores de casting. Lo fantástico de esta escena es que en verdad nos deslumbra a todos. Por eso nos apena que su gran triunfo es convertirse en el Hot Dog Clown donde precisamente se coarta toda su creatividad para vender un producto que éticamente sabe que es malo para la salud de los niños. Xavier está dispuesto a sacrificar sus principios para poder alcanzar el éxito económico que nunca tuvo y que sabe que nunca podía conseguir en el circo. Ahora puede proveer mejor por su hija y su madre aunque esto también signifique que tiene menos tiempo para pasar con ellas. Sus visitas a sus amigos del circo—esos que abandonó sin siquiera despedirse de ellos—se convierten en un respiro para Xavier pues es aquí donde puede “payasear” sin un libreto limitante, frustrante y mediocre como el que tiene que interpretar todo el tiempo como el Hot Dog Clown.

En la historia muy personal y local de El Clown, un buen payaso, que amaba lo que hacía, decide vender su talento para alcanzar la solidez económica que nunca tuvo. En ese trayecto establece una nueva relación amorosa y se acerca afectivamente más a su hija pero no logra internalizar su posición en esta nueva vida. Es esta reflexión lo que lo lleva a evaluar su presente y lo que desea que sea su futuro. Aunque no se presenta ninguna otra historia, aparte de la de Xavier, los otros personajes sirven de pequeños espejos. Mientras los problemas vitales de los productores del comercial y el Hot Dog Clown tienen que ver con ensayos aburridísimos, la repetición de las mismas imágenes para vender un producto, la obediencia y aceptación sin reparos de las demandas de sus jefes, en el pueblo y en el mundo circense la gran preocupación es la venta y posible cierre de su centro de empleo. Los lazos afectivos se complican para que las decisiones nunca sean fáciles de tomar.

Todo filme que utilice el circo como contexto tiene que referirse a ese excepcional documental de Fellini, I Clowns (1971). En el filme de Rodríguez y Adorno, el payaso tiene esa misma alegría externa y tristeza interna que tanto ha caracterizado a los payasos en el cine, la ópera y el teatro. Excepto que en El Clown Xavier/Israel Lugo está inserto en el mundo contemporáneo, en los medios que abarcan el globo y que pretenden unificar y mercadear una sola imagen para transmitir la ideología del consumo capitalista. Por eso esta historia que comienza en Guayama y se centra en la pretenciosa primermundista zona metropolitana puede traducirse y trasladarse a cualquier lugar del mundo moderno con el excepcional manejo posmoderno de la cámara de Gabriel Coss. Todos los actores parecen estar en una producción teatral de Agua, Sol y Sereno bajo la dirección de Pedro Adorno por sus libres movimientos, gestos y miradas que articulan palabras, andares en círculos donde todos se miran, se dan la espalda, se toman las manos, se empujan para luego retomar los espacios y hacerlos suyos.

Nuestro diario vivir: Ladrones y mentirosos
(directores y guionistas Ricardo Méndez Matta y Poli Marichal; director de fotografía Jaime Costas; elenco Steven Bauer, Pedro Bobadilla, Elpidia Carrillo, José Heredia, Dennis Mario, Daniel Lugo, Lymari Nadal, Magda Rivera, Carlos Paniagua, César Farrait, Gilberto Concepción Suárez, Luz María Rondón, Flavia Lugo, Marta Labatut, Juan Ortiz Jiménez)

Ladrones y mentirosos, un trabajo colectivo de dirección y guión de Ricardo Méndez y Poli Marichal, presenta al Puerto Rico de hoy– no en su vitrina de ser “el país de la gente más feliz del mundo” como lo aseguró una encuesta hace unos meses– que se esconde detrás de la fachada de ser el país caribeño más avanzado económicamente con acceso al mercado mundial del consumo. El Puerto Rico de Méndez y Marichal es el de la economía que sostiene la imagen: el narcotráfico con su jerarquía, sus vínculos con el Estado y la terrible violencia que genera. Todo esto presentado sin morbosidad, violencia gratuita o melodramas televisivos. Es un Puerto Rico que todos reconocemos y que ahora cuando aparece se reduce a par de páginas entre la pasarela, los restaurantes gourmet, los accesorios indispensables para el buen vestir y las fotos genéricas interminables que ahora definen a El Nuevo Día. Mientras más pobreza, más criminalidad, más violencia de todo tipo, más nos empeñamos en presentarnos como exitosos en un mundo cada día más excluyente.

Ladrones y mentirosos presenta una muestra de nuestro diario vivir. Cada grupo parece preocuparse por sí mismo y estar inconexo de cualquier otro. Pero todos los personajes se enlazan ya sea por ser familia allegada o extendida, conocidos por estar en el mismo negocio, afectados por injusticias de alguien en particular, víctimas de robos o crímenes inesperados. Todos son afectados por el narcotráfico ya sea porque protegen a los traficantes, o son sobornados para que todo fluya, o se traicionan por sospechar que alguien engaña al otro, o van a la cárcel, o son asesinados, o se convierten en víctimas inocentes. Y dentro de esta red tan abarcadora y lucrativa, se intenta tener una normalidad donde abuelos, padres, hijos y nietos puedan sostenerse emocional y económicamente. Nuestra lucha de cada día.

Lo que al principio de la historia parece un caso aparte de una transacción de drogas desde el recogido hasta la entrega y la siempre presente tentación de lucrarse aún más con el engaño y la mentira, cambia a la resolución de problemas diarios que mayoritariamente afectan a las mujeres. Por una parte, está Marisol quien se empeña en sacar a flote su negocio para poder darle a su hija las comodidades que merece. Isabel trata de proteger a su hijo adolescente de los peligros de la calle ahora que ya no cuenta con un marido para compartir la crianza y la enseñanza. Doña Norma, dentro de sus enormes limitaciones, trata de darle a sus tres nietos el amor y la atención que los padres ausentes nunca le proveyeron. Y detrás de estas mujeres hay otras que apoyan sus gestiones como Doña Toya y Doña Emma.

Los hombres– jóvenes y adultos– en el filme prefieren desligarse de sus familias aunque algunos traten de mantener alguna semblanza de lazos comunes. Cheo y Migue quieren ser buenos nietos pero la única manera que saben es por la vía rápida de la venta de drogas que les da el dinero que necesitan para mantener a su abuela y asegurarle su casa. Luirán quiere seguir su camino después del divorcio, ser padre a tiempo parcial y ofrecerle a su hijo la imagen masculina que tanto conflicto le ha causado en sus relaciones. Cree que manteniendo a sus padres fuera de su vida se asegura esa ilusión de independencia.

El personaje de Marisol es clave al presentar cómo las estructuras estatales promueven y encubren la corrupción. A pesar de los consejos de sus empleados y su familia, Marisol irá por todas las instancias para probar la corrupción dentro del gobierno al llevar un caso contra uno de los funcionarios de mayor poder. Los abogados, fiscales y jueces encontrarán todos los recovecos posibles para probar la inocencia del acusado. Mientras tanto una ciudadana quedará sin empleo, sin protección y marcada por haber llevado el caso a la justicia.

A pesar de las múltiples historias en Ladrones y mentirosos las escenas contienen todos los detalles necesarios para que sean efectivas sin tener que alargar ni recargarlas. Por eso todas las líneas narrativas fluyen no hacia un final totalizador, sino hacia un Puerto Rico fragmentado, difícil pero con una energía que no parece detenerse a pesar de los obstáculos de toda índoles que se presentan. No hay proyecciones pero sí personajes que resuelven a diario a pesar de todo.

Uno de los grandes aciertos del filme es la fusión de los actores profesionales y otros con menos o ninguna experiencia en cine , teatro o TV. Steven Bauer, Elpidia Carrillo (excelente en Bread and Roses de Ken Loach), Daniel Lugo, Luz María Rondón y Juan Ortiz Jiménez comparten el espacio sin divisiones ni fricciones con actores más jóvenes como Lymari Nadal, Magda Rivera y José Heredia, y con el reggaetonero César Farrait, el abogado Gilberto Concepción Suárez y la profesora de literatura Flavia Lugo. Pero sin duda, el pintor, compositor y cantante Dennis Mario crea un personaje tan bien trabajado que quedamos asombrad@s por su manejo del espacio y sus movimientos en momentos de gran tensión.

Los males de Maldeamores a pesar de los elogios de la crítica local
Maldeamores ha sido el filme más promovido desde que Jacobo Morales marcó un giro en nuestro cine nacional en 1980 con Dios los cría…. Resumí esta aportación en Idilio tropical: La aventura del cine puertorriqueño (Banco Popular, 1994): “su labor sí reenfoca el cine puertorriqueño, al volver su mirada hacia lo nuestro—temas, historias, personajes, idiosincrasia—y partir de esa realidad para proponer una definición original, arraigada en elementos nacionales, de esta forma de arte” (67).

Estoy muy consciente de la importancia de mercadear una película en la economía globalizada que rige el mundo de hoy. Por eso aplaudo la decisión de los directores de Ladrones y mentirosos, Ricardo Méndez y Poli Marichal, y de los directores de Maldeamores, Carlos Ruíz y Mariém Pérez, de no exhibir su filme localmente hasta que no tuvieran un distribuidor en Estados Unidos. También creo que es una excelente estrategia el llevar sus filmes a diferentes festivales para que los críticos, y los públicos muy diversos que acostumbran a asistir a estos eventos, se familiaricen con ellos, y sus comentarios y aceptación se puedan utilizar para venderlos mejor. En el caso de Maldeamores la crítica local– en verdad los periódicos de la empresa Ferré Rangel– se ha desbordado en elogios desde antes de su fugaz estreno en septiembre de 2007 para que pudiera cualificar en la selección nacional para el Oscar hasta el domingo de la ceremonia de los Oscares cuando JuanMa Fernández insistía que este filme debió haber sido uno de los cinco nominados para Mejor Película Extranjera. No tuve la oportunidad de ver Maldeamores hasta que comenzó su exhibición comercial aquí.

Aunque no conozco ningún trabajo anterior en cine de Carlos Ruíz, sí he visto y escrito del excelente documental sobre Vieques de Marién Pérez, Cuando lo pequeño se hace grande (Claridad 11-17 enero 2002). Tuve la oportunidad de ver su exhibición en el Museo Fuerte Conde de Mirasol cuando la realizadora lo presentó al público que la inspiró, colaboró y agradeció su compromiso en esta lucha. En el Festival Internacional del Cine Latinoamericano en La Habana ganó dos premios muy importantes en la categoría de documental: Saul Yelin y Memoria. El documental no tiene un narrador, deja que las imágenes, las canciones e interpretaciones de jóvenes artistas, y los cortos testimonios abran el camino. El trasfondo histórico se reduce a unos cuantos datos– la presencia de la marina desde 1940 y su maltrato de la población– ya que la construcción del presente es el enfoque principal.

Antes de mirar detenidamente el guión de Maldeamores, quiero destacar lo que considero que este filme aporta al desarrollo de un cine nacional. Sin duda el tener una pareja que colabora en un proyecto fílmico enriquece todos los elementos, desde la historia, la fotografía, la edición, la selección de actores y el equipo técnico hasta la dirección y producción general. El presentar la cotidianidad del Puerto Rico contemporáneo con sus conflictos y diferencias (aunque las complejidades quedaron fuera) es situarse en ese hoy que vivimos, leemos en el periódico, vemos en la TV y del que nos sentimos prisioneros. El filme presenta– tal y como se promociona– diferentes vertientes del amor aunque yo diría del quehacer diario: la muerte de un familiar cercano, la infidelidad recién descubierta, la ruptura de matrimonios frágiles, la poca confianza y comunicación entre padres e hijos, el aislamiento que se vive a pesar de la cercanía física, la incapacidad de bregar con los problemas apremiantes, y la búsqueda de soluciones rápidas sin pensar en sus repercusiones. Todo esto presentado con el sentido de humor que nos caracteriza. El escogido de localizaciones– desde lo urbano a la urbanización y el barrio– para las tres historias y el uso de diversos estilos en el manejo de la cámara son aciertos de este filme.

Pero nuevamente Maldeamores no puede separarse de su conexión con las comedias de la televisión local y con la actuación teatral de sus actores. Por eso las escenas de cada historia son viñetas con un diálogo, aunque ágil, de muy poco significado que parece siempre ir en busca del chiste fácil. Por supuesto, el público se ríe ya que ve situaciones ya conocidas en la televisión, el teatro comercial y los shows de comediantes. Estos “sitcoms” ya sean de la TV o en salas de teatro se caracterizan por los diálogos de doble sentido, la gritería, las actuaciones exageradas y, nuevamente, el chiste fácil. El resultado es la trivialización de toda esa temática que nos acosa diariamente y donde sobrevivimos a pesar de todo. Actoras del talento de Teresa Hernández, Dolores Pedro, Georgina Borri, Yaraní del Valle no solamente están mal utilizadas sino que sus caracterizaciones se reducen a mujeres histéricas que la única manera que pueden lidiar con una crisis es gritando, agrediendo y tratando siempre de controlarlo todo. Las actuaciones de los veteranos Miguel Angel Alvarez y Chavito Marrero y de los más jóvenes Luis Gonzaga, Norman Santiago, Yamil Collazo y el propio Carlos Ruíz se reducen a caricaturas en situaciones verdaderamente ridículas y poco creíbles. Sabemos que el incluir a Luis Guzmán (excelente actor a través de los años que nos voló la cabeza con su interpretación de Ray Castro en Traffic y que fue homenajeado en el CinemaFest XIX con el Premio Raúl Juliá) es otra estrategia de publicidad, pero su papel es tan ínfimo que cualquiera pudo haberlo interpretado.

Quiero enfocar en algo que me preocupa muy seriamente en este filme: la visión e imagen que se presenta de la mujer. ¿Cómo es posible que nos orgullezca cuánto la mujer ha avanzado en su participación social y en su independencia de criterio y que en pleno 2007-2008 volvamos a encontrarnos con los roles tradicionales de esposa y madre como las únicas opciones? Lourdes pelea con su marido por boberías y se pone histérica cuando se entera que la traiciona con su prima. Esto hace que se olvide de la pena que lleva por la muerte de su abuela y hace un show en la casa de su madre donde le cae encima a Tati. Mete a su hijo en medio de toda esta garata y hasta lo obliga a llamar a su padre un mentiroso. Tati está tan desligada de lo que significa traicionar a su prima que miente por los codos y después se va corriendo con Ismael para escaparse con él a San Juan o Nueva York (y como en ninguno de esos lugares hay televisor Ismael se lleva el del hogar que abandona donde todavía permanece su hijo). La novia de Macho es una bimbo/airhead que para lo único que sirve es para tocar bocina y que la manden a callar. La mamá de Angel es tan dominante que lo mantiene en un estado de perpetua niñez. Marta parece ser una mujer muy segura e independiente pero es precisamente esa altanería y seguridad lo que causa el secuestro de los pasajeros de la guagua y el encarcelamiento (probablemente en el ala psiquiátrica) de Angel. Flor, la septuagenaria, parece ser la mujer más libre ya que vive con su segundo ex marido y luego completa un triángulo con su primer ex (al que usualmente llamamos ‘el difunto’ por haber abandonado o arruinado el hogar). Se supone que esta historia es ingeniosa por contar una relación tipo Jules et Jim o Doña Flor y sus dos maridos pero entre viejos. Aquí el problema es que, nuevamente, es poco creíble y se presenta de manera ridícula. Lo único que tenían que hacer al desarrollar esta historia era visitar los centro de reunión de envejecientes para ver cómo fiestean sin pensar en los años aunque sí en los achaques.

Dejo para el final lo que considero lo más ofensivo de Maldeamores: la escena inicial y final (mientras corren los créditos). Se supone que éste es el chiste inicial y final que abre y cierra las tres historias contadas. Aparece una joven pareja casada en su carro; él guía y ella pretende leer el periódico. Cuando vemos su cara tiene un golpe en un ojo y se supone que el público piense enseguida que es víctima de violencia doméstica. Pero no es así, porque a través de una conversación que no puede ser más infantil y estúpida nos damos cuenta que ésta es otra mujer histérica que para escapar al acoso verbal de su marido se tira del carro. Con una escena muy similar termina todo aunque esta vez la mujer muestra los golpes de haberse tirado del carro al principio de la película. ¿Qué se supone que hagamos con estas escenas de apertura y clausura? ¿Que, en este caso, la violencia doméstica es autoinfligida? Estoy segura que el senador Jorge de Castro Font debe estar super contento con esta visión.

Tristes realidades bien presentadas: Talento de Barrio
(director José Iván Santiago; asistente del director Edgar Soberón; guionistas George Rivera, Angélica Alcaide, Edgar Soberón; director de fotografía Leslie Colombani; elenco Daddy Yankee, Maestro, Katiria Soto, César Farrait, Norma Colón, Norman Santiago, Welmo Romero-Joseph, Rey Pirín, Pepe Fuentes, Moncho Conde, Eddie Dee)

Talento de Barrio presenta un cuadro tan al borde de colapsar por su violencia y fugacidad que nos desarma de cualquier proyecto esperanzador. Esto no significa que el filme no sea un catalítico para ver de frente lo que usualmente no leemos en el periódico o vemos en los noticiarios. El filme nos presenta a una población generalmente marginada del centro visor que tiende a excluirlos porque son de residenciales, las escuelas no son para estudiar sino para traficar, los puntos son los mejores empleadores y se mueven en unos círculos cerrados de delincuencia. Mientras tanto los medios siguen presentando a los que se visten bien, se mueven bien, son dueños/deudores de autos de moda y viven en urbanizaciones cerradas.

El filme nos presenta este lado de la sociedad puertorriqueña con escenas de gran violencia (palizas, tiroteos, incendios), un discurso de palabras cortantes que se repiten como una metralleta, confrontaciones continuas con otros grupos y con la policía, acceso fácil a cualquier tipo de droga (heroína, cocaína, pastillas), cantidades de dinero en efectivo muy difícil de imaginar en una economía que prefiere tarjetas y ATH. Aquí las leyes y los códigos son internos y los que no los siguen pueden fácilmente encontrarse inconscientes o muertos en cualquier momento. Dentro de esta ética urbana/barrio/callejera (a la que nos referimos anteriormente en el filme American Gangster) hay un sentido de pertenencia al lugar conocido y familiar y, por lo tanto, de protección. Por eso el bishote de Villaverde, Edgar “dinero”, está pendiente de las familias, especialmente de los niños. Pero su preocupación no es con cambiar sus vidas sino protegerles la vida por ahora, pues posiblemente al crecer sean parte de su corillo. No parece importarle que él es el modelo a seguir para esos niños.

En este diario vivir, el dueño del punto tiene a sus tiradores y por eso nunca lleva droga encima. Si alguien pierde la droga asignada– por la razón que sea– tiene que pagarla. Por otra parte, no le interesa expandir sino conservar y controlar lo que tiene. Las mujeres, aunque siempre dando vueltas alrededor de los hombres, son las que quieren un cambio, las que temen por la vida de sus seres queridos. Cuando “dinero” decide “quitarse” lo hace porque consigue una carrera que le va a permitir destacarse y no descender a la pobreza que una vez conoció. Aquí no hay figuras de padres, solamente el panismo impera.

Realizadores con visiones alternas (algunos muy jóvenes) han captado la realidad de los que viven al margen de la sociedad blanca clase media en filmes como Boyz N the Hood (John Singleton), Menace 2 Society (Allen y Albert Hughes), Juice (Ernest Dickerson), Alpha Dog (Nick Cassavetes) , Get Rich or Die Trying (Jim Sheridan). Daddy Yankee en este proyecto fílmico que tomó bastante tiempo en concluir nos da una historia que brega con las realidades del Puerto Rico actual de una manera directa y a la vez artística, algo necesario en este mundo comercial de apariencias, anuncios y superficialidades. Termino citando a Edgar Soberón en su apreciación de este proyecto durante la filmación que se llevó a cabo en el 2005:

“Para entonces, habían pasado unos días y ya Daddy Yankee se había materializado en el set. El encuentro fue muy calmo: además de que pocas veces me ha impresionado una estrella…. Daddy Yankee fue amistoso desde el primer día: de salida, me pidió que lo llamara Raymond, descubrimos que ambos somos acuarianos, y prepararlo para las escenas fue un proceso creativo enriquecedor en el que puso todo de su parte.

Llevábamos ya unos días trabajando con otros muchachos (Maestro, César Farrait, Glory, sobre todo), actores no profesionales en papeles de personajes de la calle que ellos conocen bien. Sus aportes eran increíbles; su talento, inmenso; y su disposición, sin límites. En cada ensayo previo al rodaje (por lo general, unos minutos antes de pararse frente a la cámara, pues no se habían planificado ensayos), revisábamos los diálogos originales del guión, y los parafraseaban y enriquecían con una jerga que nadie conoce mejor que ellos. Mi presencia era también ventajosa para la proyección internacional del filme. Les decía: “Muchachos, eso no se va a entender fuera de Puerto Rico. O lo dejamos así, o hacemos más claro el parlamento, añadiendo algo que lo explique.” ¡Y lo lograban con una o dos palabras adicionales! Con Raymond fue igual y el intercambio con sus co-protagonistas, me reafirmó la idea de que ésta podría ser una película comercial buena y atractiva, que proyectara un cine puertorriqueño lleno de vitalidad y energía”.